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Mostrando entradas de septiembre, 2017

Brad Diablo

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Brad era un chico más de un barrio pobre, empobrecido aún más por la crisis. Las crisis se ceban siempre más con las clases humildes. Son como un fiero león, atacan siempre a la víctima más débil. Vaya mierda de rey de la selva, por otra parte. Sin oportunidades, sin esperanza. Dejó el colegio muy pronto. Nadie llamó a su puerta para preguntar el porqué. Ni una puta llamada de teléfono, nada. Su padre desapareció años atrás, ya ni lo recordaba. Tampoco es que su presencia aportara gran cosa. Su madre intentaba dejar la heroína, estaba dentro de un plan estatal de metadona para expresidiarios y parecía que estaba funcionando, pero se encontraba mal. La heroína es mal huésped para cualquier cuerpo. No era mal chico. No tomaba drogas, no delinquía. Tenía una elegancia innata, quizá una compensación de la madre naturaleza por su corto intelecto. Se pasaba las horas muertas en la puerta de un gimnasio de boxeo que había a pocos metros de su casa. Desde las cristaleras observaba a l

Un aquelarre en el camino

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No soy una persona pía, lo he de reconocer sin rubor alguno, pero tampoco soy ajeno al hecho religioso, moral o espiritual. Nos hemos de retrotraer a primeros de diciembre de 2010, cuando por fin los astros se alinearon de tal suerte que pude emprender el Camino de Santiago, una de las innumerables asignaturas pendientes en mi irregular e imperfecto recorrido vital. Era una empresa, está, que me apasionaba, desde siempre, desde niño, desde que tuve conocimiento de tan singular iniciación. Había leído y releído hasta la saciedad un manuscrito del año mil, en el que una noble francesa narraba en primera persona su periplo por este popular sendero desde tiempos inmemoriales, acompañada de singular corte, por supuesto. Solo disponía de cuatro días, tres quitando el tiempo de desplazamiento hasta las mágicas tierras gallegas, por lo que decidí realizar el Camino Primitivo, partiendo desde Lugo. Llegué a Lugo prácticamente de noche. Localicé el albergue, vacío por las propias fe

Una noche víspera de San Miguel

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No debería contarlo, soy consciente de que me tacharán de loco, de enajenado y los más malévolos de charlatán, asusta viejas y otras lindezas, pero a estas alturas de mi existencia soporto bien las críticas y las habladurías. Quizás incluso provoquen en mi espíritu cierto grado de satisfacción. Era una noche de luna llena, el otoño quería empezar a hacer de las suyas. Fue víspera de San Miguel, y el calor aún azotaba los campos andaluces. Por aquella época, cogí la maldita costumbre de desvelarme. No fallaba, era como un reloj suizo. Todas las noches, a las tres de la mañana, antes de que cantará el gallo de la tía Elisa, me despertaba. Me despertaba muy despierto. Probé con el vaso de leche caliente, nada. Conté ovejitas, hasta les ponía nombre, nada. Intentaba leer. No lo intentaba mucho, no os voy a engañar, no me llamó a mí el altísimo por el camino de la erudición. Que por cierto, todavía no se si me llamó para camino alguno, pues lo único que he hecho en mi vida ha sid

Conversando con Lilith

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Siempre me había fascinado el mundo de los sueños, desde pequeño. Recuerdo un extraño, por abstracto, sueño que tenía de forma repetitiva a la tierna edad de cuatro o cinco años. Consistía en la visión de una ficha de ajedrez, un alfil, rodeada por círculos de diversos colores. Tras esta visión, es como si mi yo no físico transcurriera por una especie de cable o hilo, angosto en algunos de sus tramos. Si, absurdo, ya lo sé, pero así era mi primer sueño repetitivo. Con el transcurso de los años, mi mundo onírico fue mutando, pero siempre de forma interesante para mí. Incluso llegué a notar, o eso creo, la llegada exacta de mí mente al sueño. Una noche cualquiera, mientras disfrutaba de un sueño reparador, la vi por primera vez. Tenía una belleza muy terrena. No una belleza de esas serenas, que solo apetece contemplar a ratos. Era una belleza integral, de conjunto. Se encontraba junto a un lago muy hermoso. Había animales que jamás he contemplado, así como una vegetación exubera

El Cordero de Dios

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Siempre pensó que era un lobo. Un lobo entre corderos. Hasta que comenzó a tener esos sueños. Al principio no los entendía, no era muy inteligente. Era un tipo sencillo. No acabó sus estudios en la escuela. Se sacó el certificado de escolaridad a los veintiún años, cuando realizaba el servicio militar en el cuerpo de paracaidistas. Para eso no hacía falta tener estudios, había que tener cojones, y él los tenía. El primer sueño fue muy extraño. Estaba en el campo, al atardecer. Había un rebaño de lobos. Si, un rebaño de lobos. Los lobos comían hierba plácidamente. De pronto todos empezaban a correr, a dispersarse, asustados. Entonces aparecía en escena un bello cordero, blanco, inmaculado. Irradiaba una especie de luz blanca majestuosa. Daba caza a uno de los lobos, le mordía el cuello y lo zarandeaba como si de un muñeco de trapo se tratase. Su blanco pelaje se manchaba con la sangre del dócil lobo. Una vez muerto, devoraba sus entrañas. Lo cogía del cuello y lo depositaba encima de

(Recuerdo)

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Esta noche no hace un año, no sé el tiempo, nunca me fijo en esas cosas.  Si recuerdo la primera noche. El olor de tu piel, su tersura, su suavidad tan deliciosa. También recuerdo tus curvas, tus caderas, tus piernas. Recuerdo como me perdí entre ellas, besando hasta el último rincón de tu cuerpo.  Recuerdo el exquisito sabor de tu sexo: Canela, vainilla, anís, cardamomo… ni el más exótico de los dulces se acerca a su exquisitez.  Recuerdo tu mirada. Tan oscura, tan rebosante de luz… inefable.  Recuero cuando te encontrabas sobre mí, marcando el más sensual de los ritmos, entre embestidas de amor y embestidas de pasión. También recuerdo otras cosas, las recuerdo y será difícil que las olvide.  Recuero que me decías te quiero, mientras yo te cogía la mano. También recuero que me decías: no llores, todo pasará. Recuerdo cuando te llevaron, lo recuerdo muy bien. Te cerraron los ojos, te taparon con una sábana blanca.  Recuerdo tu funeral. Recuero como la gente se me

Las ocho menos veinte pasadas

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Las ocho menos veinte pasadas… no, ya no vendrías. La estación se me caía encima, quizás hubiera sido lo mejor. La culpa no es tuya. No creo que disfrutes partiéndome el corazón. Puede que solo sea un Don, todos tenemos alguno. Pagué los dos cafés y el agua con gas. No estaba trabajando, no había necesidad de pagar con antelación. Me levanté, tiré el paquete de Camel blando, hecho un gurruño, al suelo, y me marché caminando lentamente… tirar al paquete al suelo no está bien, pero son ciertas licencias que me permito cuando me siento contrariado. Cuando salí por fin de la estación, encendí mi último cigarro. No lograba entender muy bien el porqué. Seguro que había una razón de peso, pero al final, el que sufría siempre era yo. “Mal negocio amigo”, me dije. Pero no nos engañemos, no soy un empresario, y en cuestiones de amor, menos aún. La noche gobernaba ya la ciudad. La mayoría de los mortales tenían frio a estas alturas del otoño, pero yo caminaba plácidamente con una sim

Allí en el jardín

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Allí en el jardín, allí te vi. Cual luciérnaga, así acudí a ti. Sin pensar. Sin reflexionar. Hechizado por tu luz.  La noche intentaba reinar, mas tú, sin pretenderlo, siquiera sin saberlo, lo impedías. Su enojo era palpable. Levantó un aire gélido y cortante para dejarlo claro, para ponerlo de manifiesto. La luna, igualmente escamada por tu belleza, se cubrió entre negras y espesas nubes. No quería verte, no toleraba tu presencia. Que una simple mujer en la tierra, a miles de kilómetros, luciera más que ella...no era plato de gusto y aún menos que brillaras con luz propia, sin necesidad de parasitar la luz de astro alguno. Las estrellas, sublevadas, no querían mirarte, no lo entendían. ¿Una simple mujer?, ¿En la tierra?, ¿Más bella que nosotras?, ¿Qué insolencia es esta?, ¿Quién la ampara?, ¿Cómo ha ocurrido esto?, ¿Por qué ella?... solo una pequeña estrella te miraba, en la lejanía, quizás de otra galaxia, quizás de otra materia. Tan pequeña, tan insignificante, que no t

El laberinto

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A veces, los laberintos de la vida parecen carecer de opciones válidas para encontrar una salida, o al menos, una salida digna. Desconozco, por ignorante, si se puede aplicar aquí el dicho de “ lo importante es el camino, no el destino ”. Los laberintos, ¿Serán creados para salir de ellos?, ¿Localizar la salida será lo importante?, ¿Guardan una enseñanza?, ¿Quién los diseña? La verdad es que no tengo respuesta a estas preguntas. Una cosa sí sé. El mismo laberinto, el mismo, puede ser más liviano de andar, o más angosto, solo por la influencia de nuestros pensamientos, de nuestras actitudes frente a él. Hay mañanas en las que me enfrento al laberinto con fuerza, con energía. Preparado para cualquier eventualidad. Hay mañanas, en las que incluso deseo toparme con alguna adversidad que me permita liberar al lobo que llevo dentro. Si, llevo un lobo dentro. Tú también, todos lo llevamos. Es parte de nuestra naturaleza. Otras mañanas, me veo incapaz. Incapaz de adoptar las d

La muerte mala

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Paseaba yo como de costumbre, a la caída del sol, cuando el calor por fin remitía y dejaba paso al fresco que nacía al amparo de luna y estrellas. Conocía el camino, o eso creía, lo que me permitía pasear completamente entregado a mis pensamientos. Unas veces pensaba en hechos pasados. Felices algunos, tristes por nefastos, otros. Otras veces, focalizaba mis pensamientos en un futuro más o menos cercano. En la cosecha, en arreglar el vallado del establo... De forma excepcional, meditaba sobre temas trascendentes. Sobre la muerte, sobre Dios, sobre el alma... Aquella tarde, mis pensamientos estaban dedicados a una de mis vacas preferidas. Aún la recuerdo. Era una buena vaca, que digo buena, era excelente. Se llamaba Demonia, a pesar de ser muy buena. Paradojas de la vida. Cuando pasaba por las ruinas de la casilla del tío Pedro, oí un ruido que no me era familiar. Me recordó al ruido que hace un cabo que amarrado a una barca, se tensa y destensa con el devenir de las olas.

Como un castillo de arena

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Como un castillo de arena. Su creador, aún sabedor de lo efímero de su obra, pone todo su empeño. Derrocha todo su amor en construirlo. Cuida sus formas, sus detalles. La marea, traicionera, traerá las olas que implacables, exterminarán de forma irremediable su existencia, borrando cualquier huella de lo que fue. Del mismo modo, tu alegre sonrisa, pasará. Tus expresivos ojos, pasarán. Tu voluptuoso pelo, pasará. Tu graciosa forma de andar, pasará. Tu cálida voz, se apagará. Tus pensamientos, cesarán, hasta que al final, esa bella luz que proyectas, se agotará y lo hará para siempre. No habrá vuelta atrás. El tiempo siempre corre en nuestra contra. Sin más. Siempre lo hará. Yo soy conocedor de este secreto. Sé que la vida, no es para toda la vida. La mayoría de los mortales lo desconocen. Me apena, pero no puedo hacer nada. No puedo hacer más de lo que hago. El que tenga oídos, que oiga. Pero nadie tiene oídos, nadie oirá... Como iniciado, valoro el gran tesoro que eres. Un

Et Lucifer Magni

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Peter era un apasionado de la arqueología. No le venía de familia, de hecho, era el primero, pero había crecido en pleno apogeo de la saga de Indiana Jones, y realmente eso le marcó. Estaba muy lejos de ser un aventurero. Odiaba cualquier actividad física y lo más arriesgado que había hecho en su vida había sido estar 16 horas jugando a un videojuego. Cuando llegó a la universidad se decepcionó un poco. La realidad tenía poco que ver con la atractiva ficción de las superproducciones norte americanas. Aún así, se fue maravillando poco a poco del encanto de la arqueología real. Acabó la carrera de forma brillante. Carecía de experiencia en campo, solo había asistido a un par de excavaciones es España, en el Valle del Guadalquivir, pero había sido una especie de campamento para jóvenes frikis. Solo se trajo un dolor de espalda bastante fuerte y una serie de imágenes guardadas en su retina, que iría “utilizando” gradualmente en sus ratos de ocio, de las bellas mujeres cordobesas