Brad Diablo

Brad era un chico más de un barrio pobre, empobrecido aún más por la crisis. Las crisis se ceban siempre más con las clases humildes. Son como un fiero león, atacan siempre a la víctima más débil. Vaya mierda de rey de la selva, por otra parte. Sin oportunidades, sin esperanza. Dejó el colegio muy pronto. Nadie llamó a su puerta para preguntar el porqué. Ni una puta llamada de teléfono, nada.

Su padre desapareció años atrás, ya ni lo recordaba. Tampoco es que su presencia aportara gran cosa. Su madre intentaba dejar la heroína, estaba dentro de un plan estatal de metadona para expresidiarios y parecía que estaba funcionando, pero se encontraba mal. La heroína es mal huésped para cualquier cuerpo.

No era mal chico. No tomaba drogas, no delinquía. Tenía una elegancia innata, quizá una compensación de la madre naturaleza por su corto intelecto. Se pasaba las horas muertas en la puerta de un gimnasio de boxeo que había a pocos metros de su casa. Desde las cristaleras observaba a los esforzados púgiles. Saltaban a la comba, hacían sombre frente a un espejo, se ejercitaban con los sacos y el cuadrilátero. Adoraba el cuadrilátero. Le maravillaba ver como la gente se pegaba y acababa el combate con un abrazo, con una mano sobre la espalda, o con cualquier otro gesto de cariño. El no entendía todo, pero sabía que eso era algo bueno. La puerta del gimnasio era como una reserva espiritual, un oasis de paz dentro del miserable barrio. Paradójico, si.

Una mañana que llovía a mares, el viejo maestro y propietario del gimnasio salió a la puerta. Le invito a entrar. "Eh chico, entra, te vas a empapar". Al principio no se atrevió, pero la sonrisa del maestro le inspiró confianza. "Me llamo Johnny hijo, ¿Cómo te llamas?" así empezó lo que hubiera sido una gran amistad.

Johnny invitó a Brad a practicar todos los días, con la única condición de adecentar ligeramente el gimnasio. Un barrido rápido, nada de limpiar baños, espejos o fregar. 

Le costó trabajo. Conocía la técnica, había visto todos los golpes miles de veces, pero una cosa era ver, y otra hacer. Johnny siempre le decía que el secreto del boxeo era la distancia. También le decía que aprovechara su corta estatura para trabajar el tronco de sus adversarios. "El tronco está infravalorado Brad, machaca el tronco. Entra y sal, no te quedes, machaca el tronco".

Fueron unos meses muy felices. Bueno, fueron sus meses felices. Una tarde, Johnny le pidió que se quedara, que quería ofrecerle un negocio. Brad no sabía muy bien que era un negocio, pero sonaba bien.

Cuando todos se fueron, Johnny cerró las puertas del gimnasio y le invitó a pasar a su despacho. Le hizo sentarse en la silla. Empezó a hablarle de un campeonato, de un buen dinero, y le toco la pierna. Al principio la pierna, pero no quedó ahí. Fue subiendo la mano. Brad ya no oía sus palabras. Brad comenzó a temblar. Johnny, de pie, junto a Brad, con la otra mano se bajó la cremallera. Sacó su pene. Brad se quedo paralizado. No podía hablar. No podía moverse. Pero sabía que eso estaba mal, sabía que eso estaba muy mal. Johnny, sin rubor, sin corazón, sin el menor atisbo de misericordia o de humanidad, profanó la boca de Brad.

Cuando acabo su innombrable acto, se dio la vuelta. Le dijo que  estuviera tranquilo, que no era nada malo. Brad, mientras escupía el mal de su boca, empezó a reaccionar. Una gran rabia se apoderó de él. Cogió uno de los trofeos que había sobre el escritorio del despacho. Era una copa, metálica, de unos cuarenta centímetros de largo, con la base rectangular, de mármol veteado. Tenía una inscripción: "A Johnny, por sus años de entrega al noble arte del boxeo". Se levantó con una velocidad propia de un rayo y golpeó a Johnny con la base del trofeo. 

El forense no pudo concluir el número exacto de golpes. Entre treinta y cuarenta. El cráneo del cerdo, del hijo de puta de Johnny , era una masa informe de hueso, pelo, tejido cerebral y mal. Mucho mal.

La policía no tardó en detener a Brad. Fue acusado de homicidio. Según el Juez, eran hechos probados, que con el ánimo de robar el efectivo localizado en una pequeña caja de caudales, y al verse sorprendido por el finado, el gran maestro, en un acto reprobable y violento produjo la muerte de este.

Veinte años. La pena máxima por homicidio en el estado. El abogado defensor, de oficio, no lo hizo nada mal. La fiscalía pedía asesinato y cadena perpetua. Quizá fue el único golpe de suerte que Brad tuvo en su vida.

En prisión, lo pasó muy mal, sobre todo al principio. Continuó ejercitando el noble arte del boxeo, llegando incluso a ganar algunos campeonatos organizados en prisión. Le dieron el sobre nombre de "Diablo", al fin y al cabo, era un homicida.

Por las noches, todas y cada una de las noches, sin excepción, recordaba el olor de Johnny. Recordaba el sabor de Johnny y lloraba. Todas las noches lloraba, hasta caer rendido.

Esta es la historia de Brad Diablo. La triste historia. Desgraciadamente hay más como esta. Me despido de vosotros mientras enciendo un cigarrillo. Estaba pensando, ahora mismo, en la gente que creé que todo el mundo tiene las mismas oportunidades. Que creé que el sol sale por la mañana para todos, o que cada uno se encuentra en el lugar que le corresponde. Un abrazo sincero para todos ellos.

Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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