Allí en el jardín
Allí en el jardín, allí te vi. Cual luciérnaga, así acudí a ti. Sin pensar. Sin reflexionar. Hechizado por tu luz.
La noche intentaba reinar, mas tú, sin pretenderlo, siquiera sin saberlo, lo impedías. Su
enojo era palpable. Levantó un aire gélido y cortante para dejarlo claro, para ponerlo de manifiesto.
La luna, igualmente escamada por
tu belleza, se cubrió entre negras y espesas nubes. No quería verte, no toleraba tu presencia. Que una simple mujer en la tierra, a miles de kilómetros, luciera más que ella...no era plato de gusto y aún
menos que brillaras con luz propia, sin necesidad de parasitar la luz de astro alguno.
Las estrellas, sublevadas, no
querían mirarte, no lo entendían. ¿Una simple mujer?, ¿En la tierra?, ¿Más bella que
nosotras?, ¿Qué insolencia es esta?, ¿Quién la ampara?, ¿Cómo ha ocurrido esto?,
¿Por qué ella?... solo una pequeña estrella te miraba, en la lejanía, quizás de
otra galaxia, quizás de otra materia. Tan pequeña, tan insignificante, que no
tenía nombre, de el carecía. Tan pequeña, tan minúscula, que no rezaba en
ningún texto de astronomía. Tan pequeña y a su vez tan grande. Ella no conocía
la envidia, igual que la envidia no la conocía a ella. ¿Un antepasado?, ¿Por
qué no?
¿Las estrellas fugaces?, se recogieron. No podían competir. Mejor en otra ocasión, quizás otro día.
El estanque se negó a reflejarte.
No, no lo haría. Reflejaría el árbol. Reflejaría la vieja estatua de piedra.
Reflejaría las estrellas, a pesar de su pedantería, pero a ti, bella mujer, a ti
no te reflejaría.
Los nenúfares se negaron a
abrirse, no en tu presencia, no lo harían. ¿Las ranas? No, no croarían. Los
pequeños murciélagos, no comerían, no beberían, sabedores de que tu luz, tu fulgor,
les cegaría.
Los pacíficos de la pared
cuchicheaban entre ellos. No eras de su agrado. Le preguntaban al curtido
tronco, le preguntaban a sus recónditas raíces. ¿Por qué este desequilibrio?,
¿Por qué esa belleza desmedida? No era fácil de entender, no había respuesta.
Tu compositor, él lo sabría…
Yo por mi parte, desde la
esquina, te gritaba en silencio. Inmóvil, te hacía señas para reclamar tu
atención. ¿Insolencia?, ¿Desvergüenza? Es posible, eso sería. Mi miraste, de soslayo, en tres ocasiones, o eso me pareció. No, no me viste. Prefiero pensar que no me viste.
Allí en el jardín pasé la noche, embelesado con
tu presencia, hasta que al fin, dormí. Entre el enfado de los astros, el cuchicheo
de los pacíficos y el estanque, ese estanque que te negaba el reflejo. ¿Qué si soñé contigo?,
¿Para qué quieres saberlo, mujer?, te lo intentaré contar, si me repongo. Pero con tu anuencia,
eso, eso será otro día…
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