El laberinto

A veces, los laberintos de la vida parecen carecer de opciones válidas para encontrar una salida, o al menos, una salida digna. Desconozco, por ignorante, si se puede aplicar aquí el dicho de “lo importante es el camino, no el destino”.

Los laberintos, ¿Serán creados para salir de ellos?, ¿Localizar la salida será lo importante?, ¿Guardan una enseñanza?, ¿Quién los diseña? La verdad es que no tengo respuesta a estas preguntas.

Una cosa sí sé. El mismo laberinto, el mismo, puede ser más liviano de andar, o más angosto, solo por la influencia de nuestros pensamientos, de nuestras actitudes frente a él.

Hay mañanas en las que me enfrento al laberinto con fuerza, con energía. Preparado para cualquier eventualidad. Hay mañanas, en las que incluso deseo toparme con alguna adversidad que me permita liberar al lobo que llevo dentro. Si, llevo un lobo dentro. Tú también, todos lo llevamos. Es parte de nuestra naturaleza.

Otras mañanas, me veo incapaz. Incapaz de adoptar las decisiones adecuadas. Incapaz de emprender cualquier gesta, por sencilla que esta sea. Mañanas, en las que luchar con una mariposa sería una lucha desigual, proclamándose vencedora, sin duda, esa bella y fugaz criatura.

Esta mañana, cuando caminaba por el laberinto, tuve una intuición. La intuición es algo importante para el ser humano, también, al igual que el lobo, todos las tenemos. Se distingue de un pensamiento muy fácilmente: Nace de las entrañas. Produce efectos físicos, de mayor o menor magnitud, en función de lo que  acostumbremos a escuchar nuestro cuerpo. Yo siento la intuición correr desde mi estómago hacia mi espalda. Corretea con agilidad, provocándome unas cosquillas, no muy agradables, a su paso. Cuando llega a la parte alta de la espada, se divide y fluye por los brazos, hasta las manos. Tensa mis músculos, me prepara para el combate.

Cuando la he sentido, me he detenido en seco. He mirado a mí alrededor y he visto las escaleras de piedra. Ahora sé que es inevitable. Esta intuición la había tenido con anterioridad, pero se presentaba desdibujada, borrosa, no tan intensa.

Me he sentado en las frías escaleras de piedra, apartando un poco la hojarasca que empieza a aparecer. He respirado hondo, sintiendo como el aire, con cierta frialdad ya, alimentaba mi cuerpo y mi espíritu, haciendo regocijarse a mi alma y dando gracias a él, que todo lo puede, por estar vivo. He abierto mi zurrón. He sacado mi viejo y fiel Tanto, y he comenzado a afilarlo, enfrentando la hoja contra el filo de uno de los escalones. El sonido ha sido mágico. Ese ritmo constante, esa música metálica que nada tiene que envidiar al sonido de las esferas celestiales, me ha conectado con mis antepasados, con el akásico.


Has tenido mala suerte, compartes laberinto conmigo. Te siento cerca, cada vez más cerca. No se puede rehuir el destino, no siempre. Voy a ir a por ti y da por cierto que  no tendré piedad. Tu tiempo, perro, está tasado… te están esperando en el infierno…

Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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