Una noche víspera de San Miguel

No debería contarlo, soy consciente de que me tacharán de loco, de enajenado y los más malévolos de charlatán, asusta viejas y otras lindezas, pero a estas alturas de mi existencia soporto bien las críticas y las habladurías. Quizás incluso provoquen en mi espíritu cierto grado de satisfacción.

Era una noche de luna llena, el otoño quería empezar a hacer de las suyas. Fue víspera de San Miguel, y el calor aún azotaba los campos andaluces.

Por aquella época, cogí la maldita costumbre de desvelarme. No fallaba, era como un reloj suizo. Todas las noches, a las tres de la mañana, antes de que cantará el gallo de la tía Elisa, me despertaba. Me despertaba muy despierto. Probé con el vaso de leche caliente, nada. Conté ovejitas, hasta les ponía nombre, nada. Intentaba leer. No lo intentaba mucho, no os voy a engañar, no me llamó a mí el altísimo por el camino de la erudición. Que por cierto, todavía no se si me llamó para camino alguno, pues lo único que he hecho en mi vida ha sido deslomarme de sol a sol. Ahora cogiendo remolacha, ahora algodón, vareando olivos, rudas y duras tareas todas. El día que me llame a su presencia se lo tengo que decir, pero eso no es lo que quiero contar.

Cómo iba diciendo, me desvelaba de madrugada y no existía remedio alguno para hacerme dormir. Y que hacía, pues harto de dar vueltas en la cama, me salía al patio a contemplar el cielo. Aquella noche, víspera de San Miguel cómo he referido, me salí al patio, a tomar un poco la fresca. Me lié un poco de picadura de tabaco y me puse a mirar un zorro que tenía colgado al sereno, para que perdiera el humillo ese tan fuerte de la carne. ¿No habéis comido zorro? La gente de la capital estáis atontados. Esta muy bueno, si se sabe preparar. El secreto esta en despellejarlo la noche de antes y colgarlo al sereno, como he dicho, para que pierda el peste la carne. Bueno, que divago mucho. Llevaría tres caladas, no más. Yo todo tranquilidad, mirando el zorro despellejado...


Se oyó como un silbido "schhhhh". Apareció delante mía, a medio metro. Me quedé pasmado. No se que era, pero se que la vi. Una especie de señora, muy guapita por cierto, pero muy rara. Era alta, casi dos metros diría yo. Tenía unas piernas y unos brazos fuertes. Llevaba una ropa como de pieles o algo así. Tenía una melena rubia, rizada, y como enmarañada o descuidada, no sé. Y alas, tenía alas, y bien hermosas, color tierra. Entró en el patio como de un salto. Me miró. Yo me quedé con la boca abierta, hasta el cigarrillo se me calló al suelo. Lo primero que se me ocurrió es que era la muerte. Me dije, ea Genaro, te tocó. Y también pensé que no era tan fea como la pintaban. Ella me miró, pero no me hizo aprecio. Cogió el zorro con una de sus manazas, pegó un saltó y se fue volando. Pero volando volando, por los aires. No llegará el día que se me olvide a mí el sonido de su aleteo, era como el que hacía la abuela María cuando sacudía el mantel de la mesa donde comían los gañanes que iban a trabajar a la cortijada del Señorito.

Me agaché, cogí el cigarrillo y me lo eché a la boca. Entonces es cuando las piernas empezaron a temblarme, pero a base de bien. Cómo una carraca me fui para dentro de la casa. Eché la tranca de la puerta y me senté, como pude, en la cocina. Me serví un trago de brandy del bueno. Ni las palabras me salían. Tenía en la cabeza metida la imagen de la pájara esa, más grande que el día del Señor, trincando el zorro y volando por encima de la parrilla del patio. Que mal rato pasé.

Desde esa noche, víspera de San Miguel, nunca más salí al patio de noche. Tampoco se me ocurrió cazar ningún zorro más, que se ve que eso atrae a las pájaras. Pero eso no fue lo único que deje de hacer. También dejé de desvelarme. Si me despertaba en mitad de la noche, me tapaba hasta las trancas con la manta y tocaba la escopeta, que empecé a dejarla al lado de la cama, para lo que pudiera pasar. Nunca, hasta ahora, se lo había contado a nadie, pero hoy me he dicho, ya es hora Genaro, que te mueres y no se va a enterar nadie. Pues ya está, tal cual lo he contado, tal cual fue. Y ahora despotricar lo que os plazca, pero que no se os olvide que mi escopeta duerme conmigo...

Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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