El Cordero de Dios
Siempre pensó que era un lobo. Un
lobo entre corderos. Hasta que comenzó a tener esos sueños. Al principio no los
entendía, no era muy inteligente. Era un tipo sencillo. No acabó sus estudios
en la escuela. Se sacó el certificado de escolaridad a los veintiún años, cuando
realizaba el servicio militar en el cuerpo de paracaidistas. Para eso no hacía
falta tener estudios, había que tener cojones, y él los tenía.
El primer sueño fue muy extraño. Estaba
en el campo, al atardecer. Había un rebaño de lobos. Si, un rebaño de lobos.
Los lobos comían hierba plácidamente. De pronto todos empezaban a correr, a
dispersarse, asustados. Entonces aparecía en escena un bello cordero, blanco,
inmaculado. Irradiaba una especie de luz blanca majestuosa. Daba caza a uno de
los lobos, le mordía el cuello y lo zarandeaba como si de un muñeco de trapo se
tratase. Su blanco pelaje se manchaba con la sangre del dócil lobo. Una vez
muerto, devoraba sus entrañas. Lo cogía del cuello y lo depositaba encima de
una piedra rectangular bastante plana, y agachaba la cabeza, en señal de
respeto y sumisión…ese fue el primer sueño.
El segundo sueño fue igual de
extraño. Una bola de luz bajaba del cielo, acompañada de un viento desmedido y
sonido de trompetas. El cordero que devoraba a los lobos corría hacia la luz,
se detenía ante ella y agachaba su cabeza. De la luz salía un rayo cegador que
entraba en el cordero y este se iluminaba como una luciérnaga. Ese fue el
segundo sueño.
El tercer sueño fue el
definitivo. En ese sueño estaba todo oscuro, pero una voz le hablaba, diciéndole: Tú eres el cordero, el cordero de Dios. Dios me ha enviado para
anunciarte que tu tiempo ha llegado, tu misión, aquí en esta mísera tierra de
lobos, ha comenzado. Ese fue el tercer sueño. Ese si lo entendió, y con él, los
dos primeros…
Esa mañana se levantó feliz. Era
el elegido, por una vez era el elegido para algo. Siempre había sentido que era
especial, pero no hasta ese punto. Se levantó como de costumbre, pero no fue a
trabajar, ese día no lo dedicaría a reponer productos en el supermercado. “Que
se jodan lo lobos”, se dijo.
Fue a una iglesia. Hacía muchos
años que no iba a una. La última vez que lo hizo llevaba un esplendoroso traje
de marinerito que le había regalado su abuela materna. Había estado ahorrando
todo el año para poder comprárselo. Se lo compró en la mejor tienda de la
ciudad, a plazos. Quizás su abuela presintió que él no era tan inútil, que él
era el elegido. No podría preguntárselo, murió años atrás cuando su casa se
incendió con un brasero. Cuando entró en la iglesia, una extraña alegría le
invadió. Si, estaba claro, era el elegido.
Ese día no comió, estaba
nervioso. Se aseó, se vistió con su ropa de los domingos y se perfumó con la colonia de
su padre. Nunca lo había hecho antes, no quería ser como su padre. No quería
ser un borracho, le daba asco. Cogió su machete, recuerdo del servicio militar.
Un machete de treinta y tres centímetros, hoja pavonada, marca Muela, con el
distintivo del cuerpo de paracaidistas serigrafíado en la empuñadura verde
oliva. Se lo puso en la espalda, cogido con el cinturón. Con la cazadora no se
notaría.
Salió a la calle muy feliz.
Empezaba su misión. Su misión divina. Se tomó un par de tragos, solo para
mitigar el frío, el no era un borracho…deambulo sin rumbo, Dios le guiaría…
Eran las tres y treinta y tres de
la mañana cuando se los cruzo. Sabía la
hora justa porque había mirado el teléfono móvil. Era una pareja joven.
Estaba discutiendo. El hombre gritaba a la mujer, la insultaba… era un lobo, no
había duda. Se acercó a ellos. Les pregunto: ¿Creéis en Dios? La chica, lejos
de mostrarse agradecida por su presencia, le increpó…fue cuando se
dio cuenta. No había un lobo, había dos.
El hombre le increpó duramente. Le insultó. Le llamo loco. No le gustaba eso, ya se lo habían llamado en su juventud. Incluso
en el servicio militar tenía el sobrenombre de “El Loco”.
¿Loco? Contesto. No, no estoy
loco. Soy el Cordero. El Cordero de Dios…la pareja, que ya no discutía, empezó
a reírse. En su cara. Sacó el machete con un movimiento rápido. Golpeó en la cara a
la chica con la empuñadura. Cayó al suelo como un títere al que han cortado los
hilos. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, le propino un codazo en el mentón, haciendo
que se desplomara al suelo también. Ya no se reía. Ahora el tipo tiritaba. Tiritaba
de miedo…vaya mierda de lobo, pensó…
Lo cogió del cuello y le puso la
punta del machete en el ojo. “Di amén. Joder, di amén, di amén cabrón”. El tipo que se había meado
en los pantalones, no podía hablar. No entendía, ¿Amén? El cordero de Dios hundió
el machete entre la clavícula y el cuello del lobo. La sangre salía a
borbotones, le salpico en la cara. Estaba caliente. Se dio la vuelta. Abrió la
boca a la chica. Le cortó la lengua, ya no se reiría más. Le golpeó, furioso, en ambos
ojos con la empuñadura del machete. Notaba la fuerza de Dios en sus manos. Un líquido
viscoso y blanquecino, mezclado con sangre, inundaba la cara de la loba.
Miró a su alrededor. No había piedras.
Un elegante portal de un edificio con el suelo de mármol blanco. Eso serviría.
Arrastró los cuerpos de los lobos hasta el portal. Hizo una genuflexión y se
santiguó. Limpió la hoja del machete con la falda de la loba y se marchó.
Hacía años que no estaba tan
contento. Ser el Cordero de Dios en esta tierra de lobos…era todo un
privilegio. Intentó recordar el Padre nuestro, eso le gustaría a Dios…”Padre
nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre….”
Cuando estaba llegando a su casa, se encontró a su padre. Estaba borracho, como casi siempre, sentado en un banco. Se acercó a él. "Papa, di amén. Por favor, di amén", el padre lo miró extrañado, sin poder fijar la mirada siquiera en su hijo. Balbuceo "Amén". El cordero, alejó la mano de su machete, levantó a su padre y lo llevó hasta su casa...y tú, ¿Dices amén?...
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