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Mostrando entradas de marzo, 2019

La Doctora Albañal y Miss Sewers

La Doctora Albañal y Miss Sewers. La dualidad existe. Existe el bien, existe el mal, existe la luz, existe la oscuridad, existe lo femenino, existe lo masculino...el universo, amigos, es dual, y todas las criaturas que lo habitan, animadas e inanimadas, -si es que estás últimas existen- poseen esta cualidad. Hace unos años, por circunstancias que no vienen a colación, mantuve una relación, más o menos intima, o cuando menos de cercana, con una Alcantarilla de una de las corralas o casas de vecinos más famosas de La Villa y Corte. Una vez, en la intimidad, me confesó una peculiar circunstancia, que por mi juventud, o a eso lo achaco yo, no supe o no pude entender. Me confesó disfrutar de las conversaciones de las vecinas cuando se reunían a lavar, de su alegría cuando compartían cocina, de los juegos de la chiquillería, de las fanfarronadas de los hombres al abrigo de la oscuridad y el anisete, de la palabrería de los vendedores ambulantes (algún día os contaré la historia de un sustanc

1 2 3 Grabando

Schhhhhhh...1, 2, 3, grabando... Siempre había sido una chica muy normalita en todo, y ese todo incluía también los temas de cama. Quizá no había encontrado al partenaire adecuado, quizá había tenido demasiados prejuicios, o quizá todo esto eran excusas y simplemente no había entrado en sus esquemas mentales con anterioridad. Ahora la cosa estaba cambiando. Él era perfecto. Siempre tenía la palabra adecuada, siempre sabía qué hacer en cada situación, siempre estaba pendiente de ella.. incluso bajaba la tapadera del retrete. Esa noche sería la ideal. Compró la cámara en unos grandes almacenes. Se sentía como una pequeña depravada, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ruborizarse ante el dependiente. La instaló en la esquina del armario, solo tenía que dejar la puerta ligeramente abierta. La sorpresa le encantaría, estaba segura. Cuando entraron en el dormitorio, evitó mirar hacia la cámara. Lucía lencería nueva, quedaría genial el rojo sobre el color vainilla de las cortinas. Empeza

La lista

Cuando era pequeñita, le encantaba disfrazarse. Venía del colegio y subía corriendo escaleras arriba, hasta el armario donde guardaba todos sus disfraces; de princesita, de bailarina, de hada...mientras más pomposo y más lentejuelas tuviera, más le gustaba... princesita, mi princesita. Viajar en motocicleta era para tipos duros, y definitivamente, yo no era un tipo duro. Me dolía la espalda, y el frío me había conquistado de una forma tal, que lo estaba festejando con un armónico y esperpéntico temblor imposible de cesar. Saqué la lista del bolsillo delantero de la chupa de cuero y comprobé la primera dirección. Haciendo un acto de fe, taché el primero de los tres nombres. Cuando se abrió la puerta de la casa, me bajé de la moto. Ahí estaba. Daba asco ver a aquél tipo, a aquél enjendro, tuve que aguantar las ganas de vomitar. Me acerqué a él con una sonrisa, -perdone, ¿Tiene fuego?- Me miró con desdén y hechó mano del mechero. Antes de que pudiera sacarlo, le clave el cuchillo en el es

La chica del bote de remos

Luchar con la memoria, pugnar con ella, es uno de los ejercicios más inútiles que conozco. Por más que me esfuerzo, tú rostro se va derritiendo y diluyendo entre mil y una palabras, hasta que finalmente solo quede el verbo. Lo que no creo que mi mente pueda fagocitar, es el recuerdo de tu tacto, tu piel de delfín. Te fuiste tan lentamente, de forma tan paulatina, que cuando noté tu ausencia, siquiera podía recordar tu rostro. La culpa, y las preguntas que esta pare, se agolpaban en mí, como hijos solícitos y hambrientos. Quizá, si no hubiera hecho... quizá, si hubiera dicho... quizá...Dios te castiga con lo que no puedes imaginar, ya lo sé. Somos colosos de barro, que soñamos con ser lo que por nuestra propia naturaleza, nunca seremos...¿Aún sueñas? Schhhhhhh, descansa...

La rana roja y el erizo

Hace mucho mucho tiempo, en un bello y sombreado bosque de robles, aconteció una singular historia, que con vuestro permiso -o sin el, pues he de  reconocer que soy de verbo fácil e incontenido- os voy a narrar. El bosque, bello y sombreado como os decía, contenía un más que estupendo estanque natural, donde escorpiones de agua, ranas y otras especies, convivían en amor y compaña. Una nefasta tarde, cuando el Sol acababa su jornada y la Luna se preparaba para actuar, una pequeña y alocada rana roja, entre salto y salto, tuvo un grave percance que la dejó inmovilizada. Intentó e intentó moverse, una y otra vez, pero fue inútil. Danzando ya la Luna en el firmamento, una de las criaturas nocturnas que por allí pululaban, se acercó a ella. -Hola rana roja- le dijo con voz puntiaguda, pues era un erizo. -Hola ser rechoncho y extraño- Le contestó la rana roja, que jamás antes había visto tal criatura. El erizo la olisqueó, y con una frialdad que rayaba lo patológico, se la zampó. A la rana r

Mare nigrum

Las imágenes del naufragio flotaban en mi cabeza de forma confusa, como un puzzle imposible. Me despertó la brisa, acariciando mi piel con cuidado, con mimo, como si fuera conocedora de mi infortunio. Antes de abrir los ojos, el aroma a mar entró en mi cuerpo; me era familiar, pero había algunos matices nuevos para mí. Cuando intenté incorporarme, note una mano, algo fría, sobre el hombro. Abrí los ojos y la confusión fue aún mayor. No sé qué edad tendría, quizá unos cuarenta. Tranquilo, -me dijo- sin dejar de sonreír. Su piel tenía un tono aceitunado bastante acentuado, pero su bello rostro y su aspecto atlético hacían que ese extraño detalle pasará desapercibido. Se sentó en el regazo de la cama en la que estaba tendido y me puso una suerte de ungüento oscuro sobre una herida, que aún sangraba, en mi brazo izquierdo. Curará pronto, tranquilo, -dijo la bella desconocida-, mientras yo miraba, absorto, unas pequeñas membranas que unían los dedos de sus manos. Abandonó la habitación y ap

Dos reales y un céntimo

Era mi tercera investigación dentro del ámbito paranormal, y aún sentía ese cosquilleo tan agradable que te hace estar un poco más vivo de lo normal, - si es que eso es posible -. A pesar de no haber obtenido resultado en las dos anteriores, mi ilusión estaba intacta. Había tardado ocho meses en obtener la autorización correspondiente para pasar toda una noche en un viejo palacete, ahora titularidad municipal, y en otro tiempo perteneciente a los Marqueses de Cabra. La construcción era una maravilla, enclavada en plena judería cordobesa, contaba con varios salones, bodega, y un gran claustro en el que dominaba una estatua de bronce. Me instalé en la biblioteca. Encendí el ordenador portátil y comencé a dejar en distintos puntos cámaras WIFI que a través de un software, hacían sus veces de detectores volumétricos. Tomé asiento, me serví un café solo, -por supuesto sin azúcar-, del termo que había llevado, y comencé a hacer lo que mejor se me daba; vigilar y esperar. Fue exactamente a la

Silvana y la última copa

Silvana era una bella sílfide. Como todos sabréis, las sílfides, son seres mágicos y elementales, y su medio natural es el aire. Era de formas rotundas; piernas contorneadas, pecho exuberante, ojazos negros, labios carnosos, y un pelo negro azabache, liso y cortado a la altura de los hombros, que resaltaba aún más, si cabe, su bello rostro. Sus alas, se decía en el ambiente de los elementales, eran las más bellas jamas creadas; esbeltas y brillantes como un zafiro de Cachemira. Seguro que estáis pensando...¡Que afortunado ser! Bien, pues no. Era bella, era mágica, era inmortal, podía volar durante días...pero había un problema. Ella, Silvana, desde que podía recordar -Las Sílfides no pueden recordar su origen- había deseado ser una Nereida, que como todos sabréis, es un ser elemental que vive en las profundidades de océanos y ríos-. Una mala noche, Silvana se posó sobre un puente, y tras mirar la luna por última vez, se arrojó al agua. Cuando su bello cuerpo tocó el líquido elemento, s

El péndulo de cuarzo negro

Con el torso desnudo, se situó frente al espejo. En la estancia reinaba la oscuridad, desafiada solo por la tenue e intermitente llama de una pequeña vela, que parecía danzar al ritmo de la pieza que sonaba en el giradiscos, Para Elisa. Posó la mano izquierda frente a su rostro, y comenzó a mirar el vaivén del péndulo de cuarzo negro...de forma paulatina, cayó en un profundo trance...Las calles estaban desiertas, ni una sola persona, ni un solo vehículo, nada. El silencio era tan rotundo, que podía percibir el sonido de las hojas mecidas por el viento. Se desabrochó la camisa, el calor era insoportable. Llevaba horas caminando, con la esperanza de encontrar a alguien o algo, que le explicará lo sucedido. Se detuvo a encender un cigarrillo. Justo cuando accionó el encendedor, oyó unos tenues lamentos. Miró a su alrededor...otra vez... La caseta, tenían que provenir de allí. Anduvo hacia la caseta. Los lamentos eran mucho más fuertes. Era una caseta de obra, de estas dedicadas a albergar