La lista

Cuando era pequeñita, le encantaba disfrazarse. Venía del colegio y subía corriendo escaleras arriba, hasta el armario donde guardaba todos sus disfraces; de princesita, de bailarina, de hada...mientras más pomposo y más lentejuelas tuviera, más le gustaba... princesita, mi princesita. Viajar en motocicleta era para tipos duros, y definitivamente, yo no era un tipo duro. Me dolía la espalda, y el frío me había conquistado de una forma tal, que lo estaba festejando con un armónico y esperpéntico temblor imposible de cesar. Saqué la lista del bolsillo delantero de la chupa de cuero y comprobé la primera dirección. Haciendo un acto de fe, taché el primero de los tres nombres. Cuando se abrió la puerta de la casa, me bajé de la moto. Ahí estaba. Daba asco ver a aquél tipo, a aquél enjendro, tuve que aguantar las ganas de vomitar. Me acerqué a él con una sonrisa, -perdone, ¿Tiene fuego?- Me miró con desdén y hechó mano del mechero. Antes de que pudiera sacarlo, le clave el cuchillo en el estómago, con tanta fuerza, que lo levanté ligeramente del suelo. Sentí como entraba en su cuerpo, y el contraste de mi fría mano con su calor. Cayó al suelo jadeante y rompí mi promesa de hacerlo sufrir. Perdí el control de tal manera...no había pasado ni un instante y ya estaba muerto. Ahora sí vomité. Lo dejé allí tirado, entre mi vómito y su sangre, y me marché con mi dolor de espalda y mi danzante frío...

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