El Faro de los enamorados

Era la noche de San Juan. Las playas de la localidad estaban a rebosar. Bebida, comida y bailes por doquier, amén de los fuegos propios de la fiesta. 

Ellos ya se gustaban, eso era evidente. Miradas furtivas, alguna sonrisa...incluso una tarde sus manos se cruzaron fugazmente.

La noche de San Juan él se acercó a ella. Estaba preciosa con ese simple vestido color cerúleo y esa bella melena recogida en una coleta. ¿Sus ojos? , sus ojos brillaban más que el mismo fuego. Ella accedió a dar un paseo con él.

De la mano, se alejaron del bullicio. Sus pies descalzos dejaban huellas en la arena, como si de las migas de pan de Pulgarcito se trataran. Ambos eran bellos y ambos eran inocentes, no contaban con más de quince años de edad.

Reían y se miraban, abriendo sus inocentes corazones el uno al otro y el otro al uno. Su felicidad se podría haber cortado con un cuchillo...es lo que sucedería minutos después.

Mitad aventura y mitad buscando evitar miradas ajenas, se adentraron en el viejo Faro. Contaba la leyenda que años a, el viejo farero había sido asesinado cruelmente. Ellos siempre habían conocido el Faro abandonado, pero no perdía ese encanto que tienen todos los faros, independientemente de su estado y de los muertos, reales o ficticios, que tuviera a sus espaldas.

De la mano, empujaron la puerta. El olor a salitre y a podredumbre colmaban el ambiente. Subieron los escalones lentamente. Los primeros besos, inocentes, se los robaron ahí.

Desde arriba, la vista era quimérica. Él la abrazó. La besó. Pero no de forma apasionada y desmandada, no. La besó lentamente, saboreando cada segundo, cada instante. Le susurró al oído el más tierno "Te quiero" que jamás unos labios han pronunciado. Ella lo abrazó por la cintura, le devolvió un tierno beso y le contestó "Yo también te quiero". Es posible que fuera el momento más pleno de sus vidas...

Un cuchillo atravesó la nuca del joven. Notó un leve pinchazo, una quemazón, como la picadura de un insecto. No le dio tiempo a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. La chica, aterrorizada intentó gritar, pero no pudo. Recibió un gran golpe en la cabeza que la desplazó varios metros y la hizo caer en el suelo.

Cuando despertó, estaba maniatada a la barandilla del Faro. Un tipo encapuchado burdamente, con un simple saco de rafia y con dos orificios para los ojos y uno para la boca se encontraba frente a ella, jadeante. Estaba amordazada, no podía gritar. No había sabido lo que era el terror hasta ese momento.

Le rajó transversalmente el brazo. Comenzó a chupar la sangre que brotaba con prisa, como queriendo huir de tan dantesca escena. El saco se tiñó de la noble sangre de la joven.

El hombre del saco le arrancó la ropa interior. Comenzó a sodomizar a la chica, a ese pequeño y bello ángel, sin compasión. Entre desgarros anales y un tremendo dolor, un dolor en el que la palabra toma su más autentico significado, la chica se desmayó para siempre.

A la mañana siguiente se dio la voz de alarma. Buscaron a los chicos por toda la localidad. Un cabo de la Guardia Civil los encontró. La chica continuaba atada, con la cabeza medio separada del tronco por un profundo tajo en el cuello. Su vestido ya no era cerúleo, al menos no en su totalidad, algunas partes eran triste magenta. El cadáver del chico estaba a escasos metros, boca a bajo. Habían defecado sobre su espalda.

El Cabo no pudo evitar llorar. Todo un aguerrido cabo de la Guardia Civil, del Instituto Armado, no pudo evitar echar unas lágrimas. No pudo evitarlo. Recordó unas palabras del Tonto del pueblo. Muchas veces, estos tontos resultan ser los más listos. "La vida es un paseo por el infierno" decía...

El Cabo abandonó el faro, limpiándose las lágrimas. Entre sollozos, se dijo a él mismo: "El Faro de los enamorados. Los chicos han sido encontrados en el Faro de los enamorados..."



Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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