Cementerio General del Norte
Nunca he sido persona piadosa. No he frecuentado templos, ni oficios religiosos y por supuesto, nunca he tenido un director espiritual, un confesor, o algo que se le pueda asemejar. Lejos de esto, mi vida se ha desarrollado en lupanares, timbas, cantinas y lugares de mal vivir. No es que sienta especial orgullo de mis andanzas y correrías, y no explico esto por despecho o cinismo, es una mera descripción, ajustada a la realidad, de lo que ha sido mi paso por este mundo, o de lo que había sido mi paso por este mundo, hasta que me sucedió lo me dispongo a contaros. Fue una noche de diciembre. Uno de mis más fieles compañeros de enredos, que por reserva no revelaré, y yo, perdimos una nada desdeñable cantidad de cuartos a los naipes. Para pasar el trago y entrar en calor, decidimos visitar una mancebía de la que éramos parroquianos. Dorianne, la madame, siempre nos trataba como a auténticos reyes. Tomamos asiento en una de las mesas del fondo, alejados del jolgorio del escenari