Esa enigmática Señora

En aquel tiempo, mi vida era anodina y gris. Trabajaba, dormía, comía...así una y otra vez, día tras día. Ahora, cuando los recuerdo, cuando recuerdo esos días, pienso que el gris no es un color tan vacío como pudiera parecer, pero quizá es solo una apreciación subjetiva endulzada por el transcurso del tiempo. El tiempo, o el paso del tiempo, es uno de los mejores edulcorantes que todo ser pueda encontrar.

A las dos y media en punto abandonaba las oficinas del Sr. Pitchfork para almorzar. Caminaba hasta el parque adyacente y ocupaba uno de sus bancos de hierro fundido. Casi nunca tenía compañía, extremo que no suponía ningún problema para mí, pues era hombre más bien parco en palabras.

Abría mi tartera y comía, contemplando la arboleda. Conocía cada árbol, cada arbusto. Aquel viernes era uno de esos días especiales. No por nada concreto, ningún hecho destacable había sucedido o se esperaba, pero era uno de esos días en los que sin motivo aparente, sin explicación, una sensación de novedad acaricia la piel.

Saqué mi pañuelo de algodón del bolsillo izquierdo y me lo puse en el cuello, para evitar manchar el traje oscuro de trabajo. Ese día iba a deleitarme con un guiso de patatas y cordero que yo mismo había preparado. Bueno, para ser sincero, ese día y todos los días. Los domingos, al atardecer, cocinaba una generosa cantidad de este guiso, con la finalidad de que me durara toda la semana. Cuando me disponía a dar el primer bocado, ella se sentó a mi lado. La miré e hice una pequeña reverencia con la cabeza, si bien estaba un poco contrariado, había muchos bancos vacíos en el parque y no veía la necesidad de que se hubiera sentado justo en el que yo me encontraba.

- Buenas tardes Señor - Repuso la desconocida. - Buenas tardes - Le contesté de forma más bien seca. Desconozco la edad que tendría, no soy bueno para realizar ese tipo de apreciaciones, pero podría jurar, sin dificultad, que no menos de cincuenta. Vestía un traje negro, de una de esas telas modernas que aparentan ligereza y frescura. Sus zapatos, negros también y con un poco de tacón, tenían toda la pinta de ser de primera puesta. Su rostro era la viva cara de la abnegación. Llevaba el pelo, moreno, recogido y sin duda poseía los dientes del más blanco marfil que había visto nunca.

- ¿Creé usted en el destino? Me preguntó con aire distraído. -¿El destino?, no puedo creer en el destino - contesté. -Eso significaría que el ser humano es solo una marioneta en manos de alguien o algo, y cualquier acción, buena o mala, carecería del más mínimo sentido - apuntillé.

-Veo que tiene usted una opinión bien formada sobre el tema, Leonard - Sonreí de forma tímida y no pude evitar ver unas pequeñas alas que tenía tatuadas en la muñeca derecha, con una sutil estrella a cada lado. Me sorprendió en gran medida, en mil novecientos ochenta y cuatro, las señoras no se tatuaban, no en Nueva Orleans. 

-¿Podría hacerme un favor?, Me he dejado en el banco de enfrente el libro que estaba leyendo, ¿Sería tan amable de traérmelo? - Miré hacia arriba y suspiré, la Señora tatuada estaba dispuesta a fastidiarme el escaso tiempo del que disponía para almorzar. Puse la tartera a un lado y sin mediar palabra me levanté. Caminando hasta el banco, que se encontraba a escasos seis metros, pensé en que la señora tendría un dolor de pies horrible, estrenar zapatos y caminar no suele ser buena idea. El libro era una de esas ediciones baratas que se estaban poniendo de moda, una de esas ediciones "de bolsillo”. "El Paraíso Perdido" de John Milton. Una de mis lecturas pendientes. En es momento es cuando caí en la cuenta. Me había llamado "Leonard" y estaba seguro de que no le había dicho mi nombre. 

En ese instante sucedió todo. Un estruendo endemoniado justo a mis espaldas. Casi caí al suelo, Miles de pequeñas piedras impactaron en mi espalda y una enorme polvareda se levantó, haciéndome tragar tierra y provocándome un ataque de tos. Me giré y contemplé con espanto, que uno de los camiones del servicio de recogida de basura había impactado contra el banco donde me encontraba sentado hacía solo unos segundos. Aturdido corrí hacia el e intenté localizar a la Señora.

-Solo hemos encontrado el cadáver del conductor, la Señora se marcharía antes - Me dijo el policía. ¿Antes? imposible, solo había recorrido seis metros.

Aún conservo el libro. En varias de sus páginas hay estampado un sello que reproduce el tatuaje que llevaba la enigmática Señora. He pensado mucho sobre el tema. He intentado buscar información sobre el tatuaje, dos sencillas alas con dos nimias estrellas a cada lado, pero nada he encontrado...y por cierto, ese fue el último día que comí estofado de patatas y cordero... ¿El destino?.

Agradecería cualquier aportación que pudieran hacerme sobre este particular. ¿Una ensoñación?, ¿Qué significa ese símbolo?, ¿Quién sería esa enigmática señora?

Sinceramente,


Leonard Slope.


Texto y fotografía Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.



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