Los Cuervos migran en julio
Paseaba por la calle
Fuencarral, me encanta esa calle, la vida que desprende. La música navideña
salia de los comercios y se entremezclaba con el bullicio. Me quedé prendada
mirando unos zapatos rojos de tacón y fue cuando sentí el tirón de mi
vestido. La niña tendría unos cuatro años, cinco a lo sumo. La miré
forzando una sonrisa, no soporto a esas criaturas absurdas y
dependientes. "Eres un cuervo" eso es exactamente lo que me dijo la
niña repelente. Le saqué la lengua y le puse cara de asco y la niña, sonriente,
se perdió entre la multitud, dando saltitos y moviendo su estupida trenza. En
ese momento no me di cuenta de nada. Me di la vuelta y compre los preciosos
zapatos rojos de tacón.
Pasaron los meses y llegó
mi parte favorita del año, el verano. Siempre pasaba el mes e julio fuera de
Madrid, en cualquier punto de costa. Decidí ir a Málaga. Alquilé una
pequeña casa cerca de la playa. Los primeros días fueron tranquilos; sol,
playa, espetos y alguna salida nocturna. Fue al sexto día cuando el verano
comenzó a cambiar. Alquiló la casa que había junto a la mía y vino a
presentarse. No era especialmente guapo pero me pareció simpático. A los dos
días me había contado toda su vida y yo a él la mía. Me planteó
salir esa noche a cenar y a tomar unas copas. Yo acepté sin dudarlo.
Me puse un vestido negro,
me encantaba el negro. Un cinturón ancho de color rojo, que caía
por una de mis caderas, me pareció buena idea, resaltaba mi esbelta
figura. Me acordé de los zapatos de tacón rojos. Sonreí...quería
gustarle. Hacia tiempo que no quería gustar a nadie. Mientras me los ponía oí
varias veces el graznido de un cuervo, pero no le presté más
atención.
Vino a casa recogerme. En esa ocasión lo vi más atractivo, a pesar de que no se había
arreglado especialmente; un vaquero y una camiseta negra con un dibujo que no
recuerdo. Me dijo que estaba preciosa y se ofreció a cambiarse de de ropa,
pero le dije que no importaba y la verdad, es que no me importaba.
Caminamos por el paseo
marítimo. Se veía feliz. Cenamos en la barra de un restaurante pequeño y no
paramos de reír. A la tercera copa de vino blanco, me llegó a parecer incluso
guapo.
Andamos hasta la playa.
Me quité los zapatos de tacón rojos y los cogi con la mano derecha. Él me cogio
la mano izquierda tímidamente. Nos sentamos junto a la orilla y se hizo el
silencio por unos segundos. ¿Té puedo besar? Yo sonreí y le contesté con un
gesto afirmativo. Me besó con dulzura, como si me fuera a romper. Se tumbó
sobre mí. Su corazón latía velozmente. Acarició mis muslos. Sentía la dulzura
en sus manos y eso me asustó por unos instantes. Me estaba tratando como un
enamorado trataría a su amada y quizá mi idea, o mi apetencia, fuera otra.
Quizá yo no buscará amor, quizá yo solo buscará sexo, sexo salvaje y
desenfrenado. Toqué su sexo. Pude sentir las palpitaciones de de su corazón
a través de él. Me di la vuelta y me puse encima. Me levante el vestido y
entró dentro de mi. Me susurró que me quería. Yo me volví a asustar.
Alcé la
mirada. No era posible. A unos metros se encontraba la niña que me asaltó en
la calle Fuencarral. Llevaba el mismo vestido y la misma estupida trenza. Me
sonreía y me hacía burlas. Entonces es cuando ocurrió. ¿Me quieres? Le
pregunté. "Sí, sí te quiero" me contestó sin dejar de acariciarme y
mover sus caderas. Yo me acerque para besarlo y con la mano derecha cogí uno de
los zapatos rojos de tacón. Comencé a golpearlo en la cara, con una violencia
inusitada. Una y otra vez. No tuvo tiempo de reaccionar. El fino tacón del
zapato se clavó en uno de sus ojos. Dejó de moverse. Yo, horrorizada, me
levante. Pero...¿Qué había hecho?, ¿Por qué?... la niña repelente se acercó
hacia mí dando saltitos. "Eres un cuervo, eres un cuervo, eres un
cuervo..." entre saltitos, se desvaneció moviendo su estupida trenza. Comencé
a llorar, a gritar. Me cubrí los ojos y caí de rodillas. De repente me di
cuenta. Reconocí a la niña repelente. Esa niña repelente...era yo. Temblé. El
frío y el espanto se apoderó de mí. Mi vestido negro de gasa se había
tornado un manto de plumas, de plumas negras y yo, graznando, me alejé de la
playa...
Fotografía: Gema Benito Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados. |
Sublime... la obscuridad que todos llevamos dentro elevada a la máxima .
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leerme!!! Me alegra que te haya gustado. La oscuridad, en mayor o menor grado, creo que forma parte de todos nosotros...felices madrugadas!
Eliminar