La Extraña Criatura

Desde que ella murió, nada fue igual, nada. Penosa empresa es enterrar a la persona que quieres, a la persona de la que estas enamorado. A esa persona por la que darías tu propia vida y máxime, cuando esa persona vaga aún por el mundo de los vivos; respirando, riendo, amando...

Tras tan maño desengaño, abandone todo. A veces pienso que incluso a mí mismo. Vendí mis escasas propiedades y marché, dejando atrás  una vida que otrora me había resultado deliciosa, pero que ya carecía del más mínimo interés o provecho.

Compré una pequeña y destartalada hacienda cerca de la playa, en una agraciada isla del mediterráneo que por motivos íntimos, no nombraré. Allí me convertí en un autentico eremita, pasaban los días y los días y no me cruzaba con ninguna persona. Consumía las horas leyendo, pescando, cultivando un escueto y paupérrimo huerto y contemplando las estrellas. Algunos días y sin conocer el motivo, el recuerdo de ella, mi amada muerta en vida, recorría mis entrañas, produciéndome tal daño en el espíritu, que mi cuerpo apenas podía moverse. Los años pasaron, el dolor perduró...

Aquella mañana me levanté con arrojo. No fue hasta pasados dos o tres minutos que la memoria de mi amada deambulara por mi mente. Cogí mi pequeño arpón y me decidí a dar caza al menos afortunado de los numerosos pulpos que pululaban junto a la isla. El agua cálida del mediterráneo siempre era como bálsamo de Fierabrás para mi espíritu.

No llevaría más de una hora sumergido cuando un bello pulpo se paseó alrededor de mí. Me atrevería a decir que me miró de soslayo, si tal cosa fuese posible. Yo, mostrando una crueldad propia de cualquier animal, racional o no, hambriento, le alcancé con mi arpón y lo arrastré hasta la superficie. Una vez fuera del agua, lo introduje en una suerte de vasija de esparto que había elaborado con mis propias manos y lo cerré con una tapa de madera, asegurándola con una cuerda. Caminé hasta casa. El peso del animal era muy superior a lo que aparentaba por su tamaño. Lo coloqué en la mesa de la cocina y me retiré a descansar. La caza, o la pesca, cuando se realizan por mera supervivencia, requieren de una concentración y una tensión que dejan rendido al más fiero soldado.

Raudo quedé dormido. Entre sueños, comencé a oír un ruido repetitivo: punk...punk...punk...punk... me desperté sobresaltado, el ruido era real y provenía de la cocina. Apáticamente caminé hacia la misma. Me paré en la puerta y con asombro, vi como la vasija de esparto se dilataba y se encogía rítmicamente, produciendo tan singular sonido. La tapadera de madera comenzó a levantarse levemente, a pesar de estar bien sujeta por la cuerda. En un momento dado, uno de los tentáculos del animal salió por entre la tapadera, deshaciendo el nudo que sujetaba la cuerda. Como una mariposa abandona el capullo, el pulpo, o lo que yo creía que era un pulpo, emergió de la vasija y cayó al suelo. El terror, el espanto, se apoderaron de mí. No debía temer a un pulpo, lo sé, pero lo cierto y verdad es que me asusté como una vieja. Abandoné la cocina y corrí hacia la sala principal. El pulpo, o lo que quiera que fuera la criatura, se arrastraba tras de mí, moviendo con agilidad todos sus tentáculos. Viéndome ya sin escapatoria, me subí a la mesa que coronaba la estancia, con la esperanza de que la criatura no pudiera trepar por ella...

Temblaba como un chiquillo y miraba con fijeza a la criatura. No recuerdo si grité, pero dado mi estado de pánico no me atrevería a descartarlo. Mis peores augurios se estaban cumpliendo. La criatura, con sus enormes tentáculos estaba trepando por la mesa sin dificultad. Yo, dando ya todo por perdido, me negué a dedicar mis últimos pensamientos a mi amada, por lo que pensé en las hermosas estrellas que vigilaban cada noche mis sueños... el pulpo, la criatura, se encontraba ya junto a mí, encima de la mesa. Dejó de avanzar. Comenzó a echar hacia a tras todos sus tentáculos... ¡Por Dios!, pero ¿Cómo es posible?, ¡Qué infernal criatura eres!, ¡Vete, aléjate, regresa al averno!... 

Perdí el conocimiento, pero antes de hacerlo, pude ver como la criatura con apariencia de pulpo, ocultaba una cara de felino tras los tentáculos. Una autentica cara de felino; ojos misteriosos y profundos de gato, capa de negra pantera, fauces de fiero león...

No sé si transcurrieron horas, o incluso días, antes de que despertara. Abrí los ojos y me encontré en el suelo de la sala. Me levanté como pude, dolorido. Comprobé en unos segundos mi estado físico, estaba aparentemente bien. Solo una cosa, las sienes. En sendas sienes, tenía una clara marca de colmillo, en ambas. Salí de la casa. Me armé con un viergo y recorrí cada esquina de la casa. No había ni rastro del bizarro animal.

Volvieron a pasar los días, los meses, los años. Extrañamente, desde el episodio de la criatura, el dolor por mi amada muerta en vida fue disminuyendo hasta desaparecer, no regresando jamás. Nunca conté lo sucedido, por miedo a que me tacharan de loco...bueno, solo una vez, a una  sabida anciana que deambuló unos meses por la isla. A ella, sin saber porque, me atreví a contárselo. Ella sonrió y se llevó el dedo índice a la boca: "Schhhhh, habla más bajo. Se trata de un Linpo, una criatura ancestral que se alimenta de las miserias humanas, de los recuerdos que producen más dolor...puedes considerar su visita una bendición, pero no hables de este hecho con nadie, no les gusta que hablen  de ellos..."


En mi lecho de muerte y como único legado, dejo esta tan breve como real  historia, con la esperanza de que trascienda solo a los oídos más doctos y respetuosos con el universo. Mi vida, tras la visita del Linpo, fue muy feliz y mi amada, el recuerdo de mi amada, se difuminó, de tal suerte que jamás recordé su nombre, su cara, o el color de su alma, si es que alguna vez poseyó tal cosa...

Texto y fotografía Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.



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