Los Reyes Inmagos de Occidente

Los Reyes Magos de Oriente hacen lo que pueden. Son magos, sí, pero no son omnipotentes. Existen ciertos hogares en los que, por desgracia, tienen que actuar otro tipo de monarcas. Sin poderes mágicos y en ocasiones, sin recursos para el día a día.

Federico era el papá de Beltrán. Beltrán no tenía mamá, no sabía muy bien porqué, era demasiado pequeño para saber esas cosas de mayores.

Aquella Navidad le preguntó a su padre por los Reyes Magos. Tenía muchas preguntas. No sabia, por ejemplo, donde vivían, que comían, si dormían en camas o en literas...Pero lo que realmente le preocupaba era la carta. ¿Cúando había que escribirla?, ¿Dónde había que depositarla?, ¿Llegaria a tiempo?...

Federico, el papá, se sentó con su hijo. Arrancó una de las páginas de un catálogo de publicidad que habían dejado bajo la puerta, cogió un bolígrafo y se dispuso a escribir. "A ver, Beltrán, que vas a pedir"

El pulso de papá comenzó a temblar. La situación económica no era la mejor. Parado desde hacía más de cuatro años, sin apoyo familiar y con una exigua ayuda del Estado. Los más frívolos pensarán: Que se ponga a trabajar...Os puedo garantizar que lo intentaba.

Beltrán dictó a su padre más de doce posibles regalos de todo tipo y condición. Cómo cada mañana, le dejó en casa de su vecina, que a Dios gracias se quedaba con él, y se marchó. Pero esa mañana no fue a buscar trabajo, no. Fue a buscar regalos para su hijo. En el bolsillo tenía tres euros y veinte céntimos. No, no daría para mucho.

Con vergüenza, visitó Caritas Diocesana. Allí le dieron un juguete. No era nada de lo que había pedido Beltrán, pero era algo. Le gustaría. Un camión de bomberos, de un bonito rojo carruaje. Incluso se lo envolvieron.

Decidió caminar, así no gastaría en bus. Pasó por un enorme almacén, de esos de productos de un euro... Quizá pudiera completar los Reyes de su hijo.

Después de dar muchas vueltas, se le ocurrió una idea. Compró una libreta. Pequeña, de tapa azul. Un azul precioso.

Salió del almacén y se sentó en un banco. Cogió el bolígrafo que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa y ¿Sabeis que hizo? Escribió la más bonita historia jamás escrita. No le faltaba de nada. Dragones, princesas guerreras halcones, castillos, brujas...De todo.

Volvió a casa. Recogió a su hijo de casa de la vecina, la santa vecina, y lo acostó. Beltrán estaba nervioso, ansioso por ver sus regalos.

Federico suspiró. Se sentó en el salón. Se tapó con una manta, las mantas al parecer no consumen energía eléctrica. Repasó el cuento. Esperaba que le gustará. Sonó el timbre de la puerta, ¿Quien sería a estas horas? La vecina, la santa vecina. Le traía un trozo de roscón de Reyes y un regalito para Beltrán. A Federico se le saltaron las lágrimas, e incluso algún soyozo. Quiso abrazar a la santa vecina, pero está se apartó y le puso la mano en el pecho."Schhhhh, no, cariñitos no" y le guiñó un ojo.

Llegó la mañana. Beltrán se levantó, alegre, "Papá, papá, han venido!!! Los Reyes no se han olvidado de mí!!!" Tres regalos le aguardaban. Un precioso camión de Bomberos, un Sheriff del oeste, con caballo y todo, y un precioso cuento en una preciosa libreta de un precioso color azul...

"Leemelo Papá, Leemelo" Federico comenzó a leer el cuento. Beltrán estaba absorto, pero interrumpió a su padre y le dijo: ¿Papá, y tu regalo?... ¿Mi regalo? Mi regalo, hijo, eres tú...

Felices Reyes...

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