Lobos en la Catedral

Lo mejor se ser Detective Privado es que te permite ser rastrero e hijo de puta con las mínimas repercusiones morales. Siempre tienes la manida excusa que tanto nos gusta en la profesión: "Es mi trabajo". Valiente mierda. Ningún trabajo te otorga el derecho de comportarte como un lobo. Como un lobo para el hombre, en el sentido de Plauto o Hobbes, pues es sabida la nobleza del Canis Lupus.

Aquella tarde de enero el frío calaba los huesos. Me aposté en el parque, junto a un árbol, como un malhechor. Comprobé el equipo. Una cámara de vídeo HD con un potente zoom óptico de 90x y una réflex digital, una reliquia, la Canon EOS 30D con un objetivo 70-300mm y un duplicador.

Miles de ideas me pasaban por la cabeza. No del servicio, no. Ideas domésticas. Mi familia, los impuestos, el trabajo pendiente...Cosas de todos los días. Encendí un cigarrillo y di una profunda calada. La mano tiritaba del frío imperante. Abrí el termo de café. Las gafas se empañaron del vapor. Tomé una pequeña taza. Es increíble la satisfacción que tomar un simple café puede proporcionar en determinadas circunstancias. Increíble.

El teléfono comenzó a vibrar. Era la serpiente. Ella, la serpiente, y yo, su simple lacayo, su mamporrero. Me repitió, por novena vez, las instrucciones precisas del servicio. La serpiente estaba llegando a la Catedral.

Encendí la cámara de vídeo e hice un barrido. Allí estaba. Vestido azul, haciendo juego con el moreno azulado de sus cabellos. Era atractiva, pero era mala persona. No peor que yo, claro.

Gradué el trípode de la vídeo cámara y pulsé el dañino botón rojo. La apocalíptica película comenzaba. Apoyé mi espalda en el tronco del árbol. Estaba helado. Apuré el cigarrillo y cogí mi vieja ya réflex digital. Hice los ajustes oportunos en la ISO y en la velocidad de obturación. Un par de pruebas. Perfecto. La serpiente parecía una sirena.

A los pocos minutos, el incauto, la víctima de la película, entró en escena. Se fundió en un tierno abrazo con la serpiente. Se besaron con pasión. Estaba realizando unas fotografías más que aceptables, amén de la película. No sé cuántas fotografías tiré, más de doscientas con seguridad. Me gusta sacar guapa a la gente, es una cuestión de respeto, así lo veo yo.

Después de los abrazos, besos y toqueteos de rigor, la serpiente y el incauto se marcharon de la mano. Un final perfecto para mi película, o mejor dicho, la película de la serpiente, que al fin y al cabo era la directora del film.

Recogí mi equipo. Me levanté con un ligero dolor en la cintura, que sospechaba duraría algunos días. Caminé hasta el coche. Otro cigarrillo. La calefacción al máximo. Ya sin café... Envié un WhatsApp a la serpiente: "Todo ok".

Dos días más tarde me reuní con la serpiente. Le entregué el DVD con la película y varias fotografías en un sobre. Estaba pletórica. La maldad puede ser muy favorecedora. La serpiente me pagó el resto de lo acordado. El vídeo y las fotografías eran un regalo, un regalo tipo manzana de Blancanieves, para la mujer del incauto. Se iba a quedar de piedra, o quizás no, eso ya no era problema mío. Al fin y al cabo, yo solo había hecho mi trabajo. Rastrero, perro, pero mi trabajo. Mi puto trabajo, nada más...

Fotografía: Gema Benito Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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