Por fin Halloween
Como una cucaracha atraída por un trozo de
carne, así acudió al aroma que le traía el viento. Provenía del viejo quiosco
del parque. Mientras caminaba, cerró los ojos. Era un perfume de los
denominados baratos, pero le resultaba sin duda agradable. Flores blancas, jazmín,
nardos...Notas verdes de bergamota y un fondo de sándalo. Sonrió. Vandervil. El
perfume era Vandervil. Menos de diez euros el frasco, lanzado en mil
novecientos ochenta y dos, si no recordaba mal y no lo hacía. Su cabeza estaba
repleta de datos inservibles sobre perfumes y colonias de todo tipo. Eran su
pasión. Bueno, eso y la sangre humana.
Se acercaba lentamente hacia el quiosco.
Iba disfrazado de Conde Drácula. No es que estuviera loco, bueno un poco loco sí,
pero era la noche de Halloween, de ahí su vestimenta. Cuando estaba ya a menos
de trece metros la vio con claridad. No era tan joven como le había parecido,
pero eso ya daba igual. El perfume que emanaba de su piel, ese había sido el
verdadero y único reclamo.
La chica seguramente pasaba de
treinta años. Llevaba una camisa blanca, anudada bajo el pecho y manchada
estratégicamente de alguna sustancia que imitaba la sangre. Minifalda plisada,
de cuadros escoceses rojos, calcetines de media, blancos, hasta las rodillas y
unas manoletinas negras. El pelo, rubio y liso, sujeto en una coleta, más bien
alta, y la cara maquillada con un gran rombo blanco sobre su ojo y su mejilla
derecha. Era una chica atractiva, para quien le gustaran las chicas, que no era
el caso.
Subió los escalones del quiosco. Pasó su
mano izquierda por debajo de la capa, hasta llegar a la parte trasera de su
cintura, y desabrochó la funda del estilete que llevaba cogido al cinturón.
La chica lo miró con cara de sorpresa al
principio, pero esbozando una pícara sonrisa después, que acabó tornándose en
un gesto compungido.
Él le preguntó que le ocurría. La chica le
dijo que se le había caído el teléfono móvil en el sótano que había bajo el
quiosco. Se sentó en el banco a mirar las actualizaciones de sus redes sociales
y se le escapó de entre las manos, cayendo por una de las rendijas que hacían
las veces de respiradero.
El Conde Drácula sonrió. Mejor escenario
no habría sido posible. Localizó una trampilla, en una de las esquinas del
quiosco. Le preguntó a la chica si quería que bajaran ambos a buscar el
teléfono al sótano.
La triste cara de la chica permutó a un
gesto de felicidad sin igual. Le dio las gracias, se levantó y se acercó a la
trampilla, junto al extraño aristócrata.
El Conde Drácula abrió, no sin esfuerzo,
la trampilla. Miró a su alrededor, pero no vio a la chica. Un segundo más
tarde, sintió un fuerte envite en su espalda, que le hizo precipitarse
irremediablemente hacia el interior del sótano.
Una dura caída de cuatro metros. Estaba
profundamente aturdido. El brazo y la pierna derecha, rotos sin duda. No le era
posible levantarse.
Vio las piernas de la chica bajar por la
escalera. La falda era realmente corta. Por fin tocó el suelo. Caminó
hacia él sonriente. La muy perra le había empujado, no
había duda.
La chica se agachó y cogió una piedra de
unos dos kilos de peso. La levantó por encima de su cabeza, y sin perder su
atractiva sonrisa, se la arrojó con fuerza a la cabeza. El impacto fue brutal.
La sangre brotaba de la cabeza del Conde y empapaba el suelo frío y terrizo del
sótano. Sabía que le quedaban escasos minutos de vida.
La chica, se agachó a coger de nuevo la
piedra. Por segunda vez, la levantó por encima de su cabeza. Casi de forma
automática, el Conde extrajo el estilete de su cintura y le propinó un rápido y
certero corte en el talón derecho. La chica cayó al suelo de inmediato,
circunstancia que aprovechó el Conde para clavar el estilete en el estomago de
la chica, que igualmente comenzó a sangrar profusamente.
Ambos se miraron. Se sonrieron. Se dieron
la mano y como un pabilo calcinado, se fueron apagando lentamente, con el aroma
del perfume barato de la chica concentrándose en el ambiente del sótano.
Estas son las historias que solo pueden ocurrir en Halloween...por fin Halloween...
Fotografía: Gema Benito Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados. |
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