Ego te absolvo

Yacía en la cama, como dormido, ausente. Mi mujer lloraba, quizá de alegría. El sacerdote me hacía la señal de la Santa Cruz en la frente, y pude oír como decía: "Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritu Sancti".

¿Ya está?, ¿Esto era la temida muerte? La verdad es que me encontraba algo decepcionado. Nada de túnel, de luz, de sonido de trompetas, de familiares y amigos esperando con los brazos abiertos...Nada de nada. Y eso no era lo peor. Siempre había pensado que en el momento de la muerte todo me sería revelado, que no quedaría ninguna de las preguntas de la metafísica en el aire. Tampoco. Mi mente era igual de obtusa que en vida. Cero revelaciones. El sacerdote, que por cierto no sabía quién era y no era de extrañar, llevaba algo así como veinte años sin presenciar un servicio religioso, me  tapó la cara con la sábana.

Mi compungida mujer y el sacerdote abandonaron la habitación. Yo me encontré solo, como flotando. Bueno, solo conmigo mismo, por decirlo de alguna forma, pues mi cuerpo reposaba en la cama tapado con una sábana. Era una auténtica putada. No estaba enfermo. Vale, mi vida no era muy saludable. Tabaco, cerveza, algún whisky...Pero también hacía algo de deporte, boxeaba una o dos veces por semana y alguna carrera corta al menos cuatro veces al mes. En fin, es lo que había. Lo que más me jodía es que tenía bastantes proyectos a medias. Mis hijos, un par de libros, estudios...

Sentía una gran paz. El estrés y los problemas se habían quedado en mi cuerpo físico. Decidí salir a dar una vuelta, quizá me encontraría a alguien en mi estado que me pudiera aclarar algo. Estaba sereno, pero también estaba totalmente perdido. Necesitaba respuestas.
Me desplacé sin dificultad hasta la calle. Las sensaciones físicas: frío, calor, sed...Habían desaparecido, pero las inquietudes espirituales e intelectuales permanecían intactas.

Comencé a deambular por la calle, a vagar más exactamente, pues estaba claro que era un alma en pena. En la tienda de la esquina ya estaban hablando de mí. Estaban impactados, tampoco esperaban mi muerte. Me sorprendió un poco la actitud de Maite, la tendera, que sin ningún tipo de rubor decía que mi mujer se habría quedado descansando. La verdad, no entendía el motivo de tal afirmación, pero tampoco me afectó en demasía.

Tras unos minutos, no sé cuantos, pues en mi estado el tiempo es aún más relativo, decidí ir a un hospital. Allí posiblemente encontraría las respuestas que buscaba.

Los muertos, o los espíritus o como prefieras llamarnos, nos desplazamos a placer. El espacio no es impedimento. Solo debemos ir a un sitio y ahí nos encontramos.

Maternidad, oncología, pediatría, traumatología...Nada de nada. Ni rastro de otros espectros. Tendría que seguir pensando. ¿Un Cementerio tal vez? Allí me planté, en el cementerio municipal, que era el más grande de la ciudad. ¿Sabéis lo que encontré en el cementerio? Vivos, solo vivos. Es paradójico, lo sé.

¿Una iglesia? Pasé por todas las iglesias de la ciudad. Todos vivos también. Empecé a preocuparme. ¿Sería el único maldito espectro de la ciudad? Joder, tan malo no había sido. Errores, todos. Pero no había robado, maltratado, asesinado ni abusado de nadie. ¿Se habría olvidado Dios de mí? Tampoco me extrañaba, yo tenía esas cosas.

Me detuve en un parque. El viento movía las hojas que el otoño había arrebatado a los árboles. Era una pena no poder notar el viento en mi rostro, eso lo echaría de menos. Varios niños jugaban con una pelota mientras otro los miraba. El niño que miraba era un niño especial, y cuando digo especial no me refiero a que fuera superdotado, o muy bello, o muy rubio, o con los ojos muy azules, no. Era un niño con síndrome de Down. En vida, estos seres siempre me habían despertado gran ternura, pues por experiencia sabía que su capacidad para dar amor era superior a la de los demás. Por eso, y solo por eso, yo los llamaba especiales.

Me acerqué a él y me sonrió, como si pudiera verme. Extendió una de sus manitas y me susurró: "No hace falta que busques nada, Dios no se ha olvidado de ti. No se olvida de nadie, tranquilo". En ese justo instante, algo cambió. Los colores oscuros se tornaron luminosos. Comencé a ver, con nitidez, a otros espectros como yo que dialogan entre sí, felices. Miré de nuevo al niño especial y fue entonces cuando me di cuenta que brillaba más que los otros niños. Alcancé a ver su belleza, su pureza, muy superior a la del resto de los vivos. Se despidió de mí tirándome un beso, y yo comencé mi viaje por la otra vida, pero eso es algo que con seguridad viviréis vosotros mismos...


Fotografía: Gema Benito Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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