Crematorio

Siempre recuerdo las palabras de mi madre, "todo llega hijo", y así fue. Antes de llegar aquí, pasé por otros trabajos. Recuerdo mi primer trabajo,  aún hoy no sé como fui capaz de desempeñarlo. Vendía un servicio de televisión por cable puerta a puerta. No tenía ningún misterio. Seleccionaba edificios grandes, con muchas viviendas. Cogía el ascensor, subía hasta la última planta, e iba llamando a cada piso, a cada puerta, ofreciendo el servicio. La primera frase que decía era siempre la misma. ¿Conoce usted la televisión por cable? Estuve haciéndolo durante un año más o menos. Me pasaron algunas anécdotas curiosas. Recuerdo una vez que a la señora con la que estaba hablando se le cayó la falda que llevaba puesta al suelo. En otra ocasión, el señor que me abrió la puerta me dijo que era el hermano del Rey, y que necesitaba que le instalara un teléfono rojo, para poder hablar directamente con su hermano cuando fuera necesario. En fin, historias para no dormir.

Dejé la venta de televisión por cable para dedicarme a la venta de seguros. No tenía mala presencia, eso me ayudó. Incluso había algunas personas, pocas la verdad, que pensaban que era guapo. Seguros de hogar, seguros de vida, seguros de automóviles...Era un trabajo más cómodo, pues lo realizaba en un despacho y no me veía obligado a soportar las inclemencias meteorológicas propias de cada bendita estación del año. Aquí estuve como tres años.

Lo tuve que dejar, no por voluntad propia, sino porque me entró una enfermedad, o eso pensaba mi madre. Ella se encargó de todo. Me llevó al doctor que me curó, después de estar internado trece meses en una clínica muy costosa, que incluso obligó a pedir un crédito a mamá. Ella, mi madre, se dio cuenta de que estaba enfermo porque me pilló cuando iba a cortarle una de sus patitas a Rocky, nuestro perro. Yo solo quería saber si era capaz de andar con tres patas, pero mamá me dijo que eso no era normal. Luego ya lo entendí, creo.

Y por fin llegó, un trabajo importante. Un trabajo en el que poder desarrollar todo mi potencial. Lo hago muy bien, no creo que haya nadie que siquiera me pueda igualar, y mucho menos superar.

Trabajo aquí en el crematorio. Si, es una enorme suerte. Yo me encargo de todo. Mis clientes rara vez protestan. Están muertos claro, pero yo puedo hablar con ellos. Es un secreto, no se lo he contado a nadie. Algo me dice que no me creerían, o incluso podrían pensar que estaba de nuevo enfermo y eso no es verdad, ya me curé del todo, por eso me dejaron salir del hospital. El horno crematorio es muy bonito. Es como un horno para pizza, pero más grande.

Ayer, por ejemplo, mi clienta me contó muchas cosas. Era una señora de unos setenta años. Llevaba un vestido oscuro muy elegante, con un lazo color vainilla sencillamente delicioso. Me preguntó cuánto tardaría en estar hecha cenizas. "Unos ochenta minutos" le contesté. Era delgadita. La gente oronda tarda algo más, pero ella era delgadita. Me contó que su marido era un hijo de puta. Que nunca le había hecho caso, que bebía, que era un tal y un cual. Me reí mucho con ella, la verdad.

Algunas veces mis clientes son niños. Ellos no hablan y yo sé por qué. No hablan porque  están ya con Dios.

Otras veces tengo suerte, y mis clientes son chicas guapas. Me sonríen de forma pícara. Les gusta que las toque, que las acaricie. Si son muy muy guapas, incluso las beso en la boca, sin lengua, por lo del aliento raro, pero eso ocurre pocas veces.

¿Qué si te dolerá? Ya te he dicho que no, tranquilo. Lo siento pero no me puedo entretener contigo más. En nada estarás  listo. Te meto en el horno y en una horita como nuevo, ya sabes, polvo eres y en polvo te convertirás, y de forma exprés. Ah, por cierto, dale recuerdos a Dios de mi parte, y dile que gracias por conseguirme este trabajo tan importante en el crematorio...

Fotografía: Gema Benito Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.



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