Un corazón de tiza

Todos los días. Sin fallar uno. No importaba que fuera lunes, sábado o noche buena. El primer día que lo vio no le hizo mucha gracia. La tercera vez montó en cólera. Era un inofensivo corazón, estamos de acuerdo, pero era su fachada. Era su casa. El enfado pronto se tornó intriga. ¿Quién pintaría un corazón de tiza todos los días en su casa? Se lo comentó a su mejor amiga. "Es fácil", le contestó. "Basta con que no lo borres, se cansará". ¿Qué no lo borre? Ni hablar, es mi fachada. Ella era tozuda como una mula, pero no como una mula normal, como una mula tozuda, pues entre las mulas también hay grados de tozudez.

"Un niñato. Seguro que es un niñato que me está poniendo a prueba. El día que lo coja lo voy a enterar". Algunas noches, ella se desvelaba. No era de esas personas que pueden dormir toda la noche del tirón. Se despertaba a diferentes horas y daba vueltas y vueltas en la cama. Bueno, eso antes, ahora se levantaba y espiaba por la ventana, con la esperanza de pillar in fraganti al gañan pintor de corazones de tiza.

Era como un chino, esa es la palabra. Cómo un chino en el zapato. Cuando estaba trabajando en su oficina, pensaba en el corazoncito. Cuando estaba haciendo deporte, pensaba en el corazoncito. Cuando hablaba con él, lo que fuera que sea él, pensaba en el corazoncito. Cuando comía, que era pocas veces pues no era mujer de festines gastronómicos, pensaba en el corazoncito. Hasta que un día dijo: Basta. Hasta aquí hemos llegado. Nada de espiar por la ventana una hora si y cuatro no. Lo voy a hacer profesionalmente. Hizo un cuadrante, de locos si, pero ya conocéis su grado de tozudez. Iba tachando las horas que iba cubriendo con un rotulador fluorescente naranja. Cada vez que cubría un turno se dirigía al frigorífico y tachaba. Si, por lo visto había colgado el cuadrante en el frigorífico.

El circulo se cerraba, y el gañan pintor de corazones de tiza seguía en el anonimato. Estaba cubriendo uno de sus turnos, con una mandarina en la mano. Miraba la mandarina y la calle alternativamente, con algunas pausas para olerla. Quizá pensara que olerla alimentaba, eso no lo sabemos. De pronto apareció. El gañan, el gañan pintor de corazones de tiza.

Bajó rápidamente a la calle. Tiró del hombro del gañan, que se encontraba de espaldas a ella, absorto en su obra pictórica. Era una mujer de armas tomar, si. Cuando vio la cara del gañan, una especie de quejido o medio llantina de un segundo, salió de su boca. Sus ojos, casi de forma instantánea, se nublaron por la repentina aparición de unas lágrimas estúpidas. ¿Pero qué haces? ¿Eres idiooota? Con todas las veces que te he hablado del corazón de tiza y eres tú el autor?

Él se acercó a ella y limpió sus lágrimas. Puso el dedo índice en su boca, aparto el pelo de su cara y la beso. La beso en la boca. Un solo beso. Suave, sin prisa, como si el tiempo solo fuera una quimera. Agarró su mano y puso la tiza entre sus dedos. La llevó a la pared, y guiándola, dibujo, de nuevo, un corazón. Un corazón de tiza...

Fotografía: Gema Benito Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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