Tatuaje

No sé porqué lo hice. No fue algo premeditado, pensado o madurado,  simplemente lo hice y ya está.

No fue un buen día. Ese día no era yo, o quizá era demasiado yo. Realmente desee la muerte, por primera vez, de una persona. Vergonzoso, lo sé.

No comí, sentía unas náuseas profundas, intensas, amargas. A la hora del café me había fumado un paquete y medio de Lucky Strike. Es curioso que una puta marca de tabaco se llame "Lucky".

A las diez de la noche, había caído media botella de White Label y unas seis cervezas. Vagaba por Legazpi. Caminé no se cuanto tiempo. Cuando me quise dar cuenta, creí encontrarme en un barrio Chino. Algo extraño que no se expresar. Eso es lo que sentía. Todos los comercios, bares, restaurantes, todo estaba rotulado en unas enigmáticas grafías chinas.

Entré en un extraño local. Una señorita asiática, más parecida a una muñeca de porcelana que a una mujer, me sujeto, suavemente, del brazo. Bajamos unos escalones. Recuerdo un ruido constante, no muy fuerte, como una vibración. Continúe bebiendo alcohol, si bien no recuerdo exactamente que brebaje endemoniado era.

Lo siguiente que recuerdo es el sol en mi cara. El sol en mi cara y un gran dolor de cabeza, muy agudo. Abrí los ojos. Estaba recostado en un banco de un pequeño parque. Caminé hasta una cafetería. Extrañamente no me habían robado. Un café solo doble y una aspirina que gentilmente me dio el señor de la cafetería. Estaba en Usera. Son increíbles las vueltas que puede dar un borracho.

¿La sorpresa? La sorpresa fue cuando  llegue al metro. Rocé ligeramente al vigilante de seguridad. Me vino a la mente una imagen clara de él maltratando a una chica. Dentro del metro fue el caos. Cada pequeño roce me hacía ver el lado más miserable de la gente. Un espectáculo grotesco que dañaba mi alma. Pensé que me había vuelto loco, demente.

Llegué a casa y me desnudé. Entonces lo vi. En el brazo. Un extraño tatuaje de un ojo, un vivido ojo dentro de un triángulo acompañado de unas extrañas palabras ilegibles. Lo toque, pasé la mano por encima de él y sentí una gran punzada que me hizo caer al suelo.

En el suelo ocurrió lo más sorprendente. El ojo. El ojo que todo lo ve, me miró fijamente y parpadeo. No una vez, parpadeo varias veces. Grité horrorizado. El ojo se abrió, ojiplatico, sorprendido. Ese fue el día. Ese fue el momento en el que todo empezó. No sé quién me hizo el tatuaje. No sé porqué yo. No sé porqué ese día y no otro, pero si se que desde ese día, todo cambio. Tras un año, justo hoy hace un año del tercer ojo que todo lo ve, puedo asegurarte que hay menos gente  mala. Yo me he encargado. ¿Montas en metro?

Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Faro de los enamorados

¿Me quieres?

Dos reales y un céntimo