La Buena Pamela

¿Olvidar algo así? No creía que fuera posible. De hecho, sabía que era imposible.

No se consideraba una persona rencorosa. No, definitivamente no era rencorosa, pero lo que hizo él, eso, eso no se hace.

Ella pensaba que todo iba bien, o más o menos bien. ¿Peleas? Como todas las parejas. Ambos tenían un buen trabajo, ambos gozaban de buena a salud y ambos compartían esa pequeña joya que era Víctor.

Víctor era un niño especial, al menos para ellos. Siempre tenía una sonrisa. "Mamá te quiero" esas palabras cobraban un significado especial en sus labios. A cualquier hora se acercaba a ella y la abrazaba. Esos abrazos eran lo mejor del mundo. Abrazos sinceros, leales, incondicionales, cálidos...

Aquella mañana Víctor cogió su cubito y su pala. "Mamá, voy a construir un gran castillo de arena, solo para tí y para Papá". La playa estaba prácticamente vacía, a finales de septiembre poca gente visitaba la playa entre semana.

Llegaron sobre las doce del mediodía. Ella cogió su libro, se puso su pamela y comenzó a leer. En aquella época le gustaba mucho leer.

Su marido y su hijo, comenzaron a hacer el castillo de arena. Reían entusiasmados, lo pasaban realmente bien.

Ensimismada en su lectura, por un momento dejó de oírlos. Levantó la vista. El cubito y la pala estaban abandonados junto a un fallido intento de castillo de arena. Sujeto el borde de la pamela y escudriñó la playa. Allí estaban, padre e hijo de la mano. Se sintió feliz.

Caminaban hacia la orilla. Entraron en el agua. Una vez dentro, su marido cogió entre sus brazos a Víctor, y continuaron adentrándose en la mar, hacia el horizonte.

Ella se levantó. Un golpe de brisa le arrebató la pamela, que como si hubiera cobrado vida, se alejó dando tumbos. Se dio la vuelta y la vio marcharse.

Llamó a su marido: "No os adentréis más". Le gritó en varias ocasiones, pero la distancia era ya considerable.

Su corazón comenzó a latir aceleradamente. En su boca comenzó a notar ese sabor metálico que solo las grandes tragedias pueden proporcionar.

Ya no los veía, pero, ¿Por qué se habían alejado tanto? Corrió hacia el agua. Comenzó a nadar, desesperada. Era inútil, no podría llegar hasta ellos, siquiera los veía.

Regresó a la playa. Temblaba. Sus dientes producían un rocambolesco sonido al impactar unos contra otros. Las manos no le respondían. Comenzó a gritar desaforada, loca.

Atinó a marcar el número de emergencias. No le salían las palabras. Cayó de rodillas y rompió a llorar como no hacía desde... Rompió a llorar como no lo había hecho nunca. Tiró el teléfono a la arena. Entraba y salía de la mar, loca, enajenada. Se tiraba del pelo y gritaba: "Mi niño, tráeme a mi niño hijo de puta", "Víctor, ven con mamá, Víctor ven con mamá"...

Lo siguiente que recuerda es ver varias patrullas de la Guardia Civil, una lancha de salvamento marítimo, un helicóptero sobrevolando la zona y a un fornido enfermero que la sujetaba con fuerza y le inyectaba algún tranquilizante. La tumbaron en la arena...Un momento...La pamela. La pamela regresaba, dando tumbos. Regresaba quizá para consolarla...Y con esa visión de la pamela yendo hacia ella, se sumió en un profundo sueño.

Los días siguientes no los recuerda, o no los quiere recordar, o no los puede recordar. Pasa sus días en una clínica de salud mental. Al medio día la dejan pasear por el jardín, y la pamela, la buena pamela, la acompaña en su pequeño gran infierno que es vivir...

Fotografía: Gema Benito Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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