El corazón del Edificio

El Edificio era grandioso. El primer día que lo vi me gustó, era un edificio elegante que llamaba la atención a mucha gente. Pasé más a menudo por delante de él. Cada vez que lo veía me gustaba más.

Una tarde lluviosa, de esas en las que el espíritu se encuentra fuerte, bravío, me decidí a entrar.
Estacioné la motocicleta en frente de él. No, no entré directamente. Quise ver el entorno, situarme. Había cosas que me gustaban, otras que me inquietaban, y alguna que no me agradó. Entré en una pequeña cafetería situada en uno de los laterales. Era una de esas pequeñas cafeterías entrañables. Madera oscura, piel, luz tenue, y un olor a café realmente delicioso.

Pedí un expresso. Salí fuera del local a tomarlo. Solo cogí la taza, dejando el plato, la cucharilla y el sobre de azúcar en la barra. No me gusta cargar con cosas superfluas, que no voy a necesitar. Ya en la calle,  encendí un cigarrillo y comencé a dar pequeños y reconfortantes sorbos a mi pequeña taza de café. Observé el edificio de arriba a abajo. De cerca, era aún más imponente. Apuré el cigarrillo, devolví la taza a su legítimo dueño, no quiero lo que no es mío.

Era el momento. Empujé la enorme puerta de entrada. Era más pesada de lo que me había imaginado, pero conseguí abrirla sin mucha dificultad.

Si el exterior era imponente, el interior no encuentro palabras en estos momentos para calificarlo, quizá nunca las encuentre, por lo que me limitaré a describirlo.

Se puede decir que la decoración era ecléctica. El suelo era hidráulico. Tonos oscuros y ocres. Los motivos, diversos: Siluetas de animales, formas geométricas...El hall de entrada era sencillo y elegante. Un mueble recibidor en madera tallada y pan de oro, con una encimera de mármol negro. Justo encima, un espejo cornucopia, también en pan de oro, ovalado, y elegantemente tallado. La iluminación era muy moderna, dos luminarias, carentes de adorno alguno y cientos de leds blancos.
En el fondo del hall había una escalera. Mármol blanco y madera natural, sin ningún artificio. La escalera contaba con tramo de subida y tramo de bajada. Decidí subir.

En la primera planta, una práctica biblioteca de temas diversos. Los volúmenes, incontables. Los libros se apilaban incluso en el suelo, no era un orden al uso, pero seguro que su propietario sabía donde localizar cada uno de ellos. Por su aspecto diría que habían sido consultados a conciencia.

En la segunda planta, retratos familiares. Color algunos, blanco y negro otros, y otros pocos, sepia. Los marcos de todo tipo y condición, desde fina plata hasta sencillo plástico.

La tercera planta, era una antigua discoteca. Suelo en moqueta negra. Asientos de piel, aparentemente confortables. Y cientos o más bien miles de discos. Desde antiguos Lps hasta Dvd o modernas tarjetas de memoria. Pop, Rock, Indie, Metal...Una completa y compleja discoteca sin duda.

Cuarta planta. Cocina. Muebles color hueso, prácticamente nuevos. Rebusqué en varios cajones, no hallé alimento alguno. Solo localicé una exigua magdalena, envuelta en papel plástico transparente.

Me dispuse a subir a la quinta planta, pero desandé mis pasos. No quería ver todo el edificio la primera vez.

Bajé nuevamente al hall. Me tentó tomar la escalera de bajada, y así lo hice. Solo había una planta por debajo de la línea de tierra. Era sin duda el corazón del edificio. Calderas, suministro eléctrico, agua, telecomunicaciones... una recia puerta protegía el acceso a la planta. Acero de primera calidad. Cerradura de seguridad. Estaba recién cambiada. No había duda de que había sido forzada hace poco tiempo. Alrededor de la cerradura había marcas que así lo indicaban y escaso era el tiempo que había pasado sobre ellas. Empujé con  ímpetu. Pensé en dar una patada, pero no me pareció adecuado, es más, me pareció totalmente improcedente entrar en el corazón del edificio a patadas. No era una persona elegante, eso lo sabía, pero tampoco era un saqueador.

Abandoné el edificio. Cerré la puerta con cuidado. Me encendí otro cigarrillo y di una gran calada, escuchando el placentero sonido del tabaco al quemarse. No estaba conforme, no había podido acceder al corazón del Edificio. No era de los que se rendían, y menos después de tanto tiempo observando el edificio desde el exterior.

Deambulé  por todo el perímetro. Allí estaba. Un tragaluz. Una reja negra, abatible, con cadena de aspecto robusto y un candado, protegían el acceso a la ventana. Me acerqué. Me pareció ver a alguien en su interior, fugazmente. No podría estar seguro si lo vi, lo intuí, o solo lo imaginé. Pero ahora se me planteaba una importante cuestión. ¿Sería loable acceder al corazón del  Edificio por una ventana trasera?

Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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