Rojo Caperucita
Algunos ilusos lo creen. Piensan que el mundo de los cuentos no es real. Están demasiado ensimismados con sus existencias. Ven la luz en el parque. Ven su sombra en el suelo. Sienten en calor en sus cuerpos...pero ignoran que el sol, el astro rey, luce en el cielo. No, no miran hacia arriba. Quizás no tienen esa capacidad.
Ignoro si tú, lector, perteneces a este grupo de individuos. De ser así es posible que hoy mires hacia arriba y te sorprendas, solo debes seguir leyendo...
Ella caminaba todas las tardes por el campo con unas bonitas zapatillas rojas. Le encantaba el olor a flores, los arboles altivos, el trino de los pajarillos, las fugaces mariposas... caminaba feliz, abstraída en sus pensamientos... y no, no creía en los cuentos.
Todas las tardes, pasaba por delante de la casa del lobo. No se fijaba en ella, no le llamaba la atención. Solo era una vieja y descuidada casa. No sabía que Juan, Juan alias "El Lobo" la observaba diariamente desde una ventana.
El Lobo había salido hacía unos meses de la cárcel, tras cumplir una condena por violación. En la cárcel El Lobo no mejoró, no. Allí acabó de enloquecer. Pero cumplió su condena y fue puesto en libertad. Fue al único sitio donde pudo ir, a la vieja casa de su abuela. Se pasaba el día fumando hachís, de hecho gastaba casi todo el dinero del subsidio al que tenía derecho en droga.
La chica que no creía en cuentos, una tarde se acercó. Se metió, ella sola, en la boca del lobo.
Juan "El Lobo" la vio llegar por el camino hacia su casa. Su corazón se aceleró. Pasó su lengua por los dientes superiores y tragó saliva. El Lobo estaba hambriento.
La chica de zapatillas rojas que no creía en cuentos, llamó a la puerta. El Lobo, con el estómago vacío hace días, le abrió. No la miró a la cara. Miró sus bonitas zapatillas rojas.
La chica que no creía en cuentos comenzó a hablarle. El Lobo no oía. No la escuchaba a ella, escuchaba las súplicas de su estómago. La cogió del pelo y la introdujo en la casa. La chica que no creía en cuentos gritó, pero no había nadie para auxiliarla. El Lobo la cogió con fuerza por el cuello. Tan fuerte, que la chica que no creía en cuentos dejó de respirar, dejó de respirar para siempre.
El Lobo perdió el control. Profanó el cadáver durante horas. Descubrió que le gustaba más el cuerpo de una chica muerta que el de una chica viva. Descubrió que los muertos no forcejean, no lloran, no se quejan. Los muertos se dejan hacer.
Cuando su apetito sexual estaba satisfecho, su estómago volvió a suplicar. El Lobo cogió el cadáver de la chica que no creía en cuentos y lo depositó encima de la gran mesa de la cocina. La acabó de desnudar. Cogió una pequeña hacha de carnicero. Primero le cortó las manos. La sangre le salpicó en la cara, eso le gustó. Después de las manos, le cortó los pies con esas bonitas zapatillas rojas. No fue complicado. La cabeza le costó algo más de trabajo, pero tampoco excesivo. Salió mucha sangre. Tuvo que coger un trapo para sujetar el hacha, se le escurría. Casi llenó un cubo con la sangre. Continuó cortando los brazos, las piernas. Dejó el hacha y cogió un afilado cuchillo. Le dio la vuelta al cadáver de la chica que no creía en cuentos y cuidadosamente, casi con cariño, se dispuso a sacar filetes de los glúteos.
Sacó mucha carne. Su estómago no podía más. Encendió la chimenea, estaba deseando probar esos filetes extraídos de los glúteos.
Toda la cocina estaba roja. El suelo, las paredes...hasta el techo tenía salpicaduras de sangre. Su cuerpo también estaba rojo. Sus brazos, su ropa, su cara...
Unnnnnn, el olor era delicioso. Ya estaban en su punto. Había puesto al fuego dos hermosos filetes. Se sentó en el suelo, junto al fuego. Comenzó a comer. Su estómago, contento, dejó de suplicar. Era la carne más deliciosa que había probado jamás. Había sacado carne para una semana, o quizás para dos.
Mientras acababa su festín, miró nuevamente la cocina roja, la mesa roja, sus brazos rojos, las zapatillas rojas...y se acordó, le vino a la mente. Rojo Caperucita, como el cuento de Caperucita Roja. Y él, el Lobo. Sonrió y fue a por más carne. Esta vez echaría las manos al fuego. Tenía que tener cuidado con los anillos, debía quitarlos antes para no achicharrarse luego los labios...
...Y así, Juan alias "El Lobo", se comió a la chica de las zapatillas rojas que no creía en cuentos. Pero el rojo de las zapatillas no era cualquier rojo, no. Era Rojo Caperucita...
Ignoro si tú, lector, perteneces a este grupo de individuos. De ser así es posible que hoy mires hacia arriba y te sorprendas, solo debes seguir leyendo...
Ella caminaba todas las tardes por el campo con unas bonitas zapatillas rojas. Le encantaba el olor a flores, los arboles altivos, el trino de los pajarillos, las fugaces mariposas... caminaba feliz, abstraída en sus pensamientos... y no, no creía en los cuentos.
Todas las tardes, pasaba por delante de la casa del lobo. No se fijaba en ella, no le llamaba la atención. Solo era una vieja y descuidada casa. No sabía que Juan, Juan alias "El Lobo" la observaba diariamente desde una ventana.
El Lobo había salido hacía unos meses de la cárcel, tras cumplir una condena por violación. En la cárcel El Lobo no mejoró, no. Allí acabó de enloquecer. Pero cumplió su condena y fue puesto en libertad. Fue al único sitio donde pudo ir, a la vieja casa de su abuela. Se pasaba el día fumando hachís, de hecho gastaba casi todo el dinero del subsidio al que tenía derecho en droga.
La chica que no creía en cuentos, una tarde se acercó. Se metió, ella sola, en la boca del lobo.
Juan "El Lobo" la vio llegar por el camino hacia su casa. Su corazón se aceleró. Pasó su lengua por los dientes superiores y tragó saliva. El Lobo estaba hambriento.
La chica de zapatillas rojas que no creía en cuentos, llamó a la puerta. El Lobo, con el estómago vacío hace días, le abrió. No la miró a la cara. Miró sus bonitas zapatillas rojas.
La chica que no creía en cuentos comenzó a hablarle. El Lobo no oía. No la escuchaba a ella, escuchaba las súplicas de su estómago. La cogió del pelo y la introdujo en la casa. La chica que no creía en cuentos gritó, pero no había nadie para auxiliarla. El Lobo la cogió con fuerza por el cuello. Tan fuerte, que la chica que no creía en cuentos dejó de respirar, dejó de respirar para siempre.
El Lobo perdió el control. Profanó el cadáver durante horas. Descubrió que le gustaba más el cuerpo de una chica muerta que el de una chica viva. Descubrió que los muertos no forcejean, no lloran, no se quejan. Los muertos se dejan hacer.
Cuando su apetito sexual estaba satisfecho, su estómago volvió a suplicar. El Lobo cogió el cadáver de la chica que no creía en cuentos y lo depositó encima de la gran mesa de la cocina. La acabó de desnudar. Cogió una pequeña hacha de carnicero. Primero le cortó las manos. La sangre le salpicó en la cara, eso le gustó. Después de las manos, le cortó los pies con esas bonitas zapatillas rojas. No fue complicado. La cabeza le costó algo más de trabajo, pero tampoco excesivo. Salió mucha sangre. Tuvo que coger un trapo para sujetar el hacha, se le escurría. Casi llenó un cubo con la sangre. Continuó cortando los brazos, las piernas. Dejó el hacha y cogió un afilado cuchillo. Le dio la vuelta al cadáver de la chica que no creía en cuentos y cuidadosamente, casi con cariño, se dispuso a sacar filetes de los glúteos.
Sacó mucha carne. Su estómago no podía más. Encendió la chimenea, estaba deseando probar esos filetes extraídos de los glúteos.
Toda la cocina estaba roja. El suelo, las paredes...hasta el techo tenía salpicaduras de sangre. Su cuerpo también estaba rojo. Sus brazos, su ropa, su cara...
Unnnnnn, el olor era delicioso. Ya estaban en su punto. Había puesto al fuego dos hermosos filetes. Se sentó en el suelo, junto al fuego. Comenzó a comer. Su estómago, contento, dejó de suplicar. Era la carne más deliciosa que había probado jamás. Había sacado carne para una semana, o quizás para dos.
Mientras acababa su festín, miró nuevamente la cocina roja, la mesa roja, sus brazos rojos, las zapatillas rojas...y se acordó, le vino a la mente. Rojo Caperucita, como el cuento de Caperucita Roja. Y él, el Lobo. Sonrió y fue a por más carne. Esta vez echaría las manos al fuego. Tenía que tener cuidado con los anillos, debía quitarlos antes para no achicharrarse luego los labios...
...Y así, Juan alias "El Lobo", se comió a la chica de las zapatillas rojas que no creía en cuentos. Pero el rojo de las zapatillas no era cualquier rojo, no. Era Rojo Caperucita...
Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados. |
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