Distintas como dos gotas de agua

Entró en la cafetería dejando un reguero tras de sí, estaba empapado. Le pesaba la ropa y le pesaba el alma. En el ambiente flotaba ese olor a obrador de dulces que le transportaba a su niñez, pero le pasó desapercibido. Estaba mirando dentro de sí, repitiendo una y otra vez esa imagen en el proyector de su mente.

Se quitó el tres cuartos marino, que más que nunca hacía honor a su nombre. Dejó los guantes de cuero marrón en una esquina de la mesa en la que se había sentado, junto a la ventana. Paso sus manos por debajo de la mesa. Lo hacía siempre que se sentaba en una mesa de mármol desde que leyó "La Colmena" de Camilo José Cela.

Debería sentir frío, había estado más de dos horas bajo la lluvia, pero no, no sentía nada. No pensaba, aún no. 

El camarero le dejó el café y un pequeño bombón de chocolate negro y naranja. Estaba envuelto en un papel dorado y tenia la silueta de un tigre o de una pantera, no se podía saber con exactitud. Desenvolvió el bombón y lo dejo caer suavemente en el interior de la taza, que contenía un reconfortante café negro.

Sacó el teléfono móvil. Cuatro llamadas perdidas de ella. Perdidas... y un paquete de Camel blando,que sin saber como, se había librado del agua. 

Se quedó mirando por el ventanal de la cafetería. Las gotas de agua, pegadas al cristal, competían por llegar a la parte inferior, al marco de la ventana, donde perdían de forma definitiva su identidad, mezclándose unas con otras.

Una gota de agua llegó desde su mejilla a la comisura de sus labios. Era curioso, sabía a albaricoque, debido a la gomina con la que intentaba poner orden en su cabello a diario, o eso pensó en ese momento.

Quizás se había engañado. Si había sido así, merecía una felicitación, el auto engaño había sido todo un éxito.

Suspiró. No quería lamentarse o sentir pena de sí mismo. Ella tendría sus razones. Cuando pasan estas cosas siempre es por algo. Un sin fin de cuestiones se le agolpaban en su mente, que estaba reaccionando poco a poco tras el shock inicial...

...De repente oyó su nombre. Era la voz de ella. Giró la cabeza hacia la puerta de la cafetería. Era ella.

También estaba chorreando. La miraba confuso, extrañado. Estaba claro que era ella. Su cuerpo atractivo. Su cara, de una belleza que recordaba a una de esas chicas blancas que hacían el papel de indias en los antiguos western. Su precioso pelo negro, sus ojos también negros, pequeños y valiosos como una gema... pero algo había cambiado. Era ella, pero ya no era ella. Era igual, pero solo en apariencia. 

Supo que no volvería a ser la anterior ella, nunca. Ya siempre sería la nueva ella. Iguales pero distintas. Distintas como dos gotas de agua.. 

Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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