Allí en el Carrusel 4

La luz que entraba por la ventana me despertó. Miré el reloj del teléfono móvil. Las diez y cuarto. No tenía prisa. Al levantarme noté un pinchazo en el hombro...El empujón a la maldita puerta. 

Hoy era uno de esos días, lo sabía. El primer pensamiento no fue mi enfermedad innombrable, o aquella estancia bajo el Carrusel. Tampoco fueron las cabelleras expuestas en el armario, no. Ni siquiera Julietta, mi hermana. El primer pensamiento fue mi mujer, o mejor dicho, mi exmujer.

Me costaba olvidarla. Nunca había entendido porque se marchó con ese tipo. De un día para otro. La única explicación que me dió es que con él se divertía... se divertía... vaya mierda de explicación. Intenté odiarla, pero como olvidarla, no pude...poco importaba ya, mi tiempo estaba tasado y tenía que centrarme en Julietta. 

Bajé a la cafetería del hotel, necesitaba ver gente. Pedí un café. Saqué una pequeña libreta. Escribir me ayudaba a poner orden en mis pensamientos. No sabía por dónde empezar, la verdad. Volví a guardar la libreta, apuré el café y me acerqué al pueblo en la motocicleta.

Había cambiado mucho, pero no había perdido su esencia. Ese encanto de las ciudades pequeñas, tranquilas, aparentemente. La desaparición, secuestro para mí, de mi hermana, alteró la vida normal de Salobreña. Nunca antes había sucedido un suceso de esa índole. No trascendió a los medios nacionales, en aquella época, cuando el turismo en España comenzaba a ser un recurso económico en alza, no interesaba que esas noticias salieran a la luz. El régimen se encargó de silenciarlo.

Entré en una ferretería. Compré una linterna potente y un cuchillo Balisong. Hacia años que no tenía uno en mis manos, pero cuando lo cogí y lo bailé pareció que lo hubiera hecho ayer mismo. Le pedí al chico que atendía el comercio que me afilara ambos lados de la hoja. Me miró divertido, "Que va a hacer, rematar un jabalí" no me dejó que le contestará, se puso a hablar por teléfono con uno de esos cacharros bluetooth que se ponen en la oreja.

Me acerqué de nuevo al viejo recinto ferial. Me detuve un rato, mientras me fumaba un cigarrillo, lo último que necesitaba es que alguien avisará a la Guardia Civil.

Mientras bajaba las escaleras, me invadió un sentimiento de ira. Con la linterna el pasillo era aún más terrible. Las paredes estaban inundadas de moho. Llegué a la puerta. Respiré hondo, y entré. Miré cada centímetro de la estancia, buscando cualquier pista que me pudiera ayudar. Nada. El colchón mugriento, la vieja silla y el jodido armario...Un momento. Un cajón. La parte baja del armario tenía un cajón. Esta vez no había cerradura. Lo abrí con algo de esfuerzo, eso si. Dios sabe el tiempo que llevaría cerrado.

Estampas de Santos? Lo que faltaba en mi puzle mental. Había una colección de estampas religiosas. No reconocía a ninguno de ellos, pero tampoco era un experto. Me llamó la atención una en especial. Representaba una especie de Virgen María, pero su cara...su cara era una calavera. 

Las fotografié todas, por delante y por detrás. No quise coger ninguna. Abrí la parte superior del armario. Allí seguían las cabelleras y las velas. Las fotografié en detalle también. Era espeluznane. A pesar de ser la segunda vez que las veía, seguían produciendo en mí el mismo rechazo.

Abandoné la estáncia. Estuve vagando por el recinto ferial varias horas, pero esta vez no hubo sorpresas.

Por primera vez en mucho tiempo, mi estómago reclamaba algo de comer. Una ducha me vendría bien, pero no me apetecía seguir solo. Volví a la ciudad.

Una hamburguesa, por qué no?. El local tenía muy buena pinta. Imitaba un viejo salón del Oeste americano. Tomé asiento y empecé a leer la carta.

-Buenas tardes vaquero.

Levanté la mirada y me quedé estupefacto. Toda una belleza del sur. Pelo rizado, moreno. Ojos negros, achinados, una figura de infarto y la sonrisa más bonita que había visto en mucho tiempo. No era una niña, tendría unos cuarenta y cinco o cuarenta y seis años. Una preciosidad, una auténtica preciosidad, y me estaba sonriendo a mí. Si, ya se que sonreiría a todos los clientes, pero que demonios, en ese momento me estaba sonriendo a mí...

Continuara...
Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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