Allí en el Carrusel 3

Tambaleándome, llegué hasta la vieja silla de anea. Respiré hondo y lentamente, para intentar recuperarme y no caer al suelo. El led del teléfono perdía intensidad. Unos segundos después me levanté. Me dirigí nuevamente al armario. Miré las cabelleras... no entendía nada, ¿Qué hacían ahí? ¿Y las velas? ¿Y esta extraña habitación, debajo de un Carrusel infantil?... tenía que haber una explicación. Examiné más tranquilo, o eso me dije, los cabellos. No reconocía el pelo de mi hermana, pero no estaba seguro, habían pasado cuarenta años...

Salí de la habitación, no podía arriesgarme a quedarme sin batería, la oscuridad era total. Me costó trabajo subir los escalones. Cuando llegué a la superficie, el frescor de la noche acarició mi cara y mis brazos, recordándome que seguía vivo, de momento.

Cerré la trampilla y volví a colocar el candado. No creía que nadie visitara el recinto ferial, pero por si acaso. Lógicamente tendría que volver, quien sabe que más sorpresas me podían aguardar. Con más cuidado esta vez, salté la valla. Me monté en la moto... era preciosa. El ser humano es increíble. Vive su vida como si fuera eterno. Tuve que esperar a que me diagnosticaran "esa enfermedad" para comprar la puta moto. Saqué la cazadora de una de las maletas, estaba refrescando. Un resfriado es lo que me faltaba.

Llegué al pueblo. Tenía que buscar alojamiento, había salido a la aventura. El contable perfecto se había metido casi quinientos kilómetros en motocicleta y no había reservado habitación. Mi madre hubiera estado orgullosa. Me repitió muchas veces: "Hijo, vive. Vive, no intentes controlar todo".

Elegí un modesto hotel a las a fueras. No tenía mala pinta. Estacioné la motocicleta, cargué mis maletas y entré.

-Buenas noches, quería una habitación.
-¿Cuantos días se quedará?
-Joder buena pregunta -Pensé- No estoy seguro, al menos dos noches.
-De acuerdo, ¿Su nombre por favor?
-Elliot, Elliot Echevarría.
-Aquí tiene la llave. Espero que disfrute su estancia.

Me retiré haciendo una mueca...si, la verdad es que no podía tener queja de como había empezado el viaje.

La habitación estaba mejor de lo esperado. Cama de matrimonio, un escritorio funcional, televisión y un espacioso, y limpio, cuarto de baño. Me desnudé y me metí en la ducha. No me acostumbraba a ver la calavera tatuada en mi brazo...era horrorosa, pero qué demonios, siempre quise hacerme un tatuaje, pero una calavera... de no haber estado borracho hubiera elegido otro motivo. Mientras el agua caía por mi cuerpo, vinieron a mi mente esas cabelleras rubias, expuestas en el armario como trofeos, aquella extraña estancia, las velas rojas... tenía que poner en orden mis pensamientos.

Desnudo, me encanta andar desnudo, me senté en la cama. Cogí una pequeña botella de White Label del mini bar y encendí un cigarrillo. Me tumbé en la cama, aún me dolía la espalda del viaje. Se acabó el pensar, mañana sería otro día. Encendí la televisión y a los pocos minutos estaba entregado a un profundo sueño.

Continuara...

Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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