Allí en el Carrusel 2
Al abrir la trampilla, una bofetada de calor y hedor me hizo girar la cara...dios...así debe oler un perro muerto. Unas escaleras. Unas escaleras de obra llenas de polvo. Hacía años que nadie pisaba esos escalones, eso era seguro.
No se veía el fondo, la oscuridad era total. Vacilé un poco, pero me decidí. Tener una fecha de caducidad tan cercana te ayuda a echarle cojones a la vida.
No tenía linterna...piensa un poco...exacto, la linterna del teléfono. Me encendí un cigarrillo, prendí el led del teléfono y comencé a bajar, lentamente, escalón a escalón. Treinta y tres escalones, ni uno más ni uno menos. Cuando me pongo nervioso me da por contar cosas...
Las paredes eran de hormigón, no estaban pintadas. El suelo de tierra. Ante mí apareció un pasillo bastante largo, el led no alcanzaba a iluminar el final. Tendría apenas un metro de ancho y escasos dos metros de alto. El aire era irrespirable. Ni una pisada en la arena, se confirmaba que hacía años que nadie pisaba ese agujero. Seguí caminando lentamente, intentando superar una especie de claustrofobia que me entró. Quizás los nervios, nunca me había pasado antes, pero nunca antes me había visto en una situación así.
Ciento veinte pasos. El pasillo, totalmente recto, acababa en una puerta de madera. La puerta estaba prácticamente podrida. Tenía una cerradura antigua, oxidada y con el orificio tapado por algo. No pensaba darme la vuelta, eso estaba claro. Tiré el cigarrillo. Empujé varias veces la puerta con el hombro, nada. Bueno, nada no, me hice polvo el hombro...
Lo recordé de repente, como un flash. Después de que desapareciera, por decirlo de algún modo, mi hermana, mis padres me llevaron a un psicólogo. Este les aconsejó que practicara artes marciales, me vendría bien para liberar un poco de esa ansiedad que me estaba matando. No se quebraron mucho la cabeza, cerca de mi casa había un gimnasio pequeño. Al frente estaba un extraño tipo. Al principio pensé que estaba colgado, que era un friki. Más tarde, encontré en él un gran amigo. Durante muchos años practique Ninjitsu. Recordé la patada frontal de desplazamiento. Metiendo cadera...eso hice. No pensé que fuera efectiva, me sorprendió a mí mismo. Pateé con todas mis fuerzas, a la altura de la cerradura. Un sonido seco retumbó por todo el pasillo. La puerta cedió.
Me quedé estupefacto. Una pequeña habitación de unos cuatro metros cuadrados. A simple vista, no se veían ventanas u otra puerta. Un colchón mugriento con manchas de sangre, una silla de madera con el asiento de anea, y un armario, también de madera... tenía que darme prisa, me estaba quedando sin batería.
Fui hacia el armario. Abrí la puerta sin dificultad. Dios mío... pero... siete cabelleras colgaban del fondo del armario. Se me escapó un quejido. Se me saltaron las lágrimas. Cabelleras rubias, todas rubias. De pelo rizado, liso... con lacitos. Todas tenían lacitos. Empecé a llorar sin control, no pude evitarlo, ¿Sería alguna de mi hermana?. Debajo de cada cabellera, una pequeña vela roja. Las velas estaban casi consumidas, algunas ya sin pabilo.
La habitación comenzó a darme vueltas, un sudor frio invadió mi frente, me sentí desfallecer...
Continuará...
No se veía el fondo, la oscuridad era total. Vacilé un poco, pero me decidí. Tener una fecha de caducidad tan cercana te ayuda a echarle cojones a la vida.
No tenía linterna...piensa un poco...exacto, la linterna del teléfono. Me encendí un cigarrillo, prendí el led del teléfono y comencé a bajar, lentamente, escalón a escalón. Treinta y tres escalones, ni uno más ni uno menos. Cuando me pongo nervioso me da por contar cosas...
Las paredes eran de hormigón, no estaban pintadas. El suelo de tierra. Ante mí apareció un pasillo bastante largo, el led no alcanzaba a iluminar el final. Tendría apenas un metro de ancho y escasos dos metros de alto. El aire era irrespirable. Ni una pisada en la arena, se confirmaba que hacía años que nadie pisaba ese agujero. Seguí caminando lentamente, intentando superar una especie de claustrofobia que me entró. Quizás los nervios, nunca me había pasado antes, pero nunca antes me había visto en una situación así.
Ciento veinte pasos. El pasillo, totalmente recto, acababa en una puerta de madera. La puerta estaba prácticamente podrida. Tenía una cerradura antigua, oxidada y con el orificio tapado por algo. No pensaba darme la vuelta, eso estaba claro. Tiré el cigarrillo. Empujé varias veces la puerta con el hombro, nada. Bueno, nada no, me hice polvo el hombro...
Lo recordé de repente, como un flash. Después de que desapareciera, por decirlo de algún modo, mi hermana, mis padres me llevaron a un psicólogo. Este les aconsejó que practicara artes marciales, me vendría bien para liberar un poco de esa ansiedad que me estaba matando. No se quebraron mucho la cabeza, cerca de mi casa había un gimnasio pequeño. Al frente estaba un extraño tipo. Al principio pensé que estaba colgado, que era un friki. Más tarde, encontré en él un gran amigo. Durante muchos años practique Ninjitsu. Recordé la patada frontal de desplazamiento. Metiendo cadera...eso hice. No pensé que fuera efectiva, me sorprendió a mí mismo. Pateé con todas mis fuerzas, a la altura de la cerradura. Un sonido seco retumbó por todo el pasillo. La puerta cedió.
Me quedé estupefacto. Una pequeña habitación de unos cuatro metros cuadrados. A simple vista, no se veían ventanas u otra puerta. Un colchón mugriento con manchas de sangre, una silla de madera con el asiento de anea, y un armario, también de madera... tenía que darme prisa, me estaba quedando sin batería.
Fui hacia el armario. Abrí la puerta sin dificultad. Dios mío... pero... siete cabelleras colgaban del fondo del armario. Se me escapó un quejido. Se me saltaron las lágrimas. Cabelleras rubias, todas rubias. De pelo rizado, liso... con lacitos. Todas tenían lacitos. Empecé a llorar sin control, no pude evitarlo, ¿Sería alguna de mi hermana?. Debajo de cada cabellera, una pequeña vela roja. Las velas estaban casi consumidas, algunas ya sin pabilo.
La habitación comenzó a darme vueltas, un sudor frio invadió mi frente, me sentí desfallecer...
Continuará...
Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.
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