Algo nefasto ocurre

Cuando un hombre pierde lo que más quiere, todo puede ocurrir. Cuando un hombre pierde lo que más quiere y lo único que tiene, ocurre. Algo nefasto ocurre.

Ese día, hasta el cielo lloró. Triste, se tornó gris. Durante todo el funeral sus lágrimas, en forma de lluvia, cayeron incesantes, sembrando semillas de tristeza en todos los presentes. Con el primer trueno, el padre se estremeció. Con el segundo trueno, la idea nació en su cabeza. Con el tercer trueno, lo decidió.

Todos lo miraban con pena. Cuchicheaban a sus espaldas, decían "es lo peor que te puede pasar, enterrar a un hijo". Arantxa era una niña preciosa. No tuvo suerte. Con tres años, una alimaña abusó de ella. Con nueve, su cuerpo reposaba en un ataúd de madera. Su pelo, azabache, hacia un bonito contraste con el tejido blanco, blanco roto como el corazón de su padre, del interior de la caja.

El enterrador puso la lápida. El cielo dejó de llorar, su padre también. El silencio era absoluto, doloroso, recorría el cuerpo de todos los dolientes como una descarga eléctrica.

El papá de Arantxa fue caminando hasta su casa. A cada paso, su tristeza iba dejando espacio, a regañadientes, a la ira. Cuando llegó a casa, la ira había ganado la batalla de forma definitiva.

Abrió el viejo escritorio de caoba. Ni siquiera el exquisito olor a tabaco de pipa le calmó, estaba ciego. Él ya no veía, la ira lo hacía en su lugar. Extrajo un sobre tamaño folio, color hueso, con un sello de “confidencial” estampado en el anverso. Con el abrecartas de su abuelo, una exquisita pieza antigua realizada en alpaca y asta de ciervo, rasgó la parte superior. Tras seis años, el sueño de los justos había llegado a su fin. Abrió el informe del detective privado. Leyó la dirección de la alimaña.

Fue hasta la cocina. Cogió su cuchillo favorito. Le había dado grandes alegrías, había preparado infinidad de comidas para su ángel con él. Una lágrima quiso escapar de la tragedia. No lo consintió, no era el momento. En una bolsa de plástico metió una sorpresa para la alimaña, el último trabajo de manualidades de su ángel.

Protegió la afilada hoja del cuchillo con un trapo y lo guardó en la parte trasera de su pantalón. Caminó durante dos horas. El mango del cuchillo, a cada paso, le empujaba en la espalda hacia a delante, instándole a caminar más rápido. La bolsa de plástico, con la sorpresa, le gritaba veladamente, ansiosa por llegar al final del camino.

La casa no era como  esperaba. No era una puerta al infierno, no aparentemente. Entró por la puerta trasera, rompiendo el cristal con el mango del cuchillo. Junto a la entrada, observó una puerta entre abierta. Era la puerta de un sótano. “Un lugar perfecto para esperar a la  alimaña”, Pensó.

Se sentó en las escaleras. No titubeó, no dudó. Estaba decidido. Con el tercer trueno lo decidió...

Por fin… oyó el tintineo de unas llaves. Abrió la bolsa de plástico. Sacó la sorpresa y se la puso. Aún olía a la colonia que utilizaba su ángel. La lágrima, insistente, de nuevo intentó salir. “No, no es el momento, espera un poco, solo unos segundos…”. Se puso la careta que su hija, con pasta de papel, había realizado. Quizás no era la más bonita, pero era de su ángel. Quería que la alimaña se despidiera de este mundo con esa imagen en la retina. Un pequeño homenaje, era lo menos que podía hacer.

La alimaña entró en la casa, tarareando una canción infantil. El cuchillo le atravesó la pantorrilla. Cayó al suelo, retorciéndose y emitiendo un grito sordo, gutural. Se dio la vuelta. Le miró horrorizado, sus ojos, desorbitados, se movían temblorosos hacia los lados. La segunda cuchillada fue en el estómago. La alimaña emitió un segundo grito, menos sordo esta vez. La sangre brotaba caprichosa, deseando abandonar, por fin, tan infesto cuerpo. La tercera cuchillada fue en el ojo izquierdo. Le rajó también parte de la nariz. La alimaña dejo de moverse. Le dio más cuchilladas, pero ya no las contó. Tiró el cuchillo contra la pared, salpicando con cientos de gotitas de sangre el elegante color vainilla de la pintura.


Salió al jardín. Se puso de rodillas. “Ahora sí”. Sus lágrimas fluyeron, con libertad. La ira se desvaneció, dejando su merecido lugar a la tristeza. El cielo, que había presenciado todo, volvió a conmoverse, volvió a llorar... Y es que cuando un hombre pierde lo que más quiere y lo único que tiene, ocurre. Algo nefasto, ocurre…

Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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