Oporto 13:30 horas

Todas las mañanas a las 08:00 horas, mientras tomaba el café y un par de cucharadas de aceite de coco virgen, consultaba el correo electrónico de la empresa.

Me gustaba la rutina. La necesitaba. 07:00 horas, levantarse y treinta minutos de jogging. Ducha, desayuno y correo electrónico.

La empresa se reenviaba el correo así misma. Yo entraba con la clave y veía las posibles novedades. Era más seguro. Deseaba que hubiera algo, llevaba casi tres meses inactivo.

Ahí estaba. Sonreí. Una dirección de Oporto, me encanta Oporto. A las 13:30 sería el show. A las 11:00 horas debía estar en las inmediaciones de la cafetería Majestic. No para ver su bello estilo Art Decó. Allí cambiaría el vehículo, me entregarían la herramienta y las llaves del apartamento. Una zona muy turística y con mucha gente, no hay que facilitar las cosas a la pasma.

El viaje desde España lo haría según el protocolo. Furgoneta blanca, mediana, sin rotular. Nada de parar a repostar, a tomar café o a mear. Si tenía una urgencia biológica utilizaría una botella o un tupper, según caso. Ropa neutra y una gorra constantemente puesta, para dificultar una posible identificación por las cámaras de tráfico.

Por supuesto nada de móviles. Mi teléfono habitual se lo había colocado a mi vecina de arriba. Una caja estanca, magnética, sujeta a la viga metálica del paragolpes trasero de su bonito Jaguar. Indetectable. Esta Señora se encargaría de pasearlo por el centro los dos días que estuviera ausente.

Realicé el viaje sin novedad. A las 10:56 horas me encontraba frente a la Majestic. Mi contacto estacionó delante mía. Se marchó sin mirarme.

Me bajé de la furgoneta y me monté en mi nuevo vehículo. Unas llaves del apartamento, una nota con la dirección y una foto del encargo. Era una señora de unos sesenta años. No sabía quién era, tampoco me importaba, la verdad.

Programé el GPS. A las 11:36 horas estaba estacionado en el párking del edificio. Abrí el maletero. Cogí la bolsa de deporte donde estaba la herramienta y subí al apartamento.

Las vistas eran espectaculares. Me gustaba trabajar en sitios bonitos. Me motivaba aún más.

Abrí la bolsa de deporte. Joder, otra vez ese puto rifle Ruso. No era fino, ya lo había dicho. En fin, es lo que había.

Monté el rifle. Cañón, cargador, mirilla telescópica... Ajusté el trípode y lo situé en la posición adecuada.

El objetivo pasaría a unos doscientos cuarenta metros. Me estresaba trabajar con ese material del Este tan poco exacto.

13:02 horas. Aproveché para hacer unas flexiones y unas sentadillas, necesitaba estar activado. Tomé algo de proteína. Me lavé un poco la cara y limpié cualquier rastro.

13:17 horas. Ya en posición.

13:29 horas. Coche del objetivo a tiro.

13:30 horas. Corto la respiración. Un solo disparo. Certero. Junto al corazón. El fusil Ruso se había portado, al menos esta vez.

Dejé todo tal cual, según instrucciones. Seguramente un policía afín a la empresa limpiaría el apartamento.

Operación retorno. Abandono el apartamento, con la satisfacción que solo el trabajo bien hecho proporciona. Recuerdo las vistas desde la ventana, recreo mi espíritu con ellas. Me había encantado el encargo Oporto 13:30h... Lástima que ni siquiera pudiera tomarme una Super Bock helada...

Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.

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