Más de veinte años.
Me hipnotiza mirarte. Pasaría horas contemplando tu belleza.
Tus piernas son infinitas. Cuando las acaricio, no deja de sorprenderme la suavidad de tu piel. Siempre es la primera vez, a pesar de llevar más de veinte años haciéndolo. El simple hecho de acariciarlas, agita mi alma.
Tú cadera es miel de azahar. ¿Qué tendrán esas curvas? ¿Qué tendrán esas formas? Ni las más fina de las canelas, ni las más bella flor, ni el más perfecto de los atardeceres...nada he hallado comparable a tus caderas. Ni sol, ni luna, ni estrellas...
¿Y tus pechos? ¿Y tu espalda? ¿Y tus manos? Incapaz soy de describir tales tesoros, por los que el más temido de los corsarios habría vendido sus barcos, sus tripulantes y hasta su alma al mismísimo innombrable.
¿Tus ojos? el más puro azabache, ¿tu pelo? la más bella crin del mejor pura sangre hito...
Y a pesar de tu exquisitez, a pesar de tu finura, me elegiste a mí. A mí. A un don nadie, a un pobre diablo que ni siquiera llegó a recibir sus diez talentos.
Quizás Dios, al darse cuenta de mis faltas, de mi mediocridad, me puso en tu camino. Muchas madrugadas, como esta, aborrezco mi ser, mi egoísmo, mi amor impuro, pues si fuera leal, no habría consentido atar tu destino al mío.
Me has regalado los mejores años de tu vida. Yo, en cambio, no te he correspondido como mereces. No he sabido, no he podido... o no he querido. Esto último me aterra, prefiero ignorarlo, suprimirlo de mi mente pues no puedo resistir tal tormento.
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