El otro Café Gijón

Pensó que sería lo mejor. Lo analizó de forma pausada, como solía hacer siempre. No veía otra alternativa. Sabía que se arrepentiría durante toda su vida, pero sencillamente no tenía otra opción.
Era curioso. Se pasaba el día sirviendo cafés, cervezas y comida a gente rica. Gente cuyos vehículos costaban más que la casa en la que ella vivía. Gente, cuyos relojes costaban lo que ella no ganaba en un año...

María era camarera en el Café Gijón, el mítico local donde antaño se reunían literatos y otros artistas, y ahora, en plenos ochenta, era concurrido por yuppies perfectamente engominados y trajeados.

María pensaba que tendrían ellos que no tenía ella. Pensaba por qué ganaba escasamente para comer, trabajando de sol a sol, y ni siquiera sacaba para vivir dignamente. Su marido había fallecido recientemente, y ella sola tenía que alimentar a sus dos hijos. No podía con un tercero. Era matemáticamente imposible.

El Párroco del barrio se portó muy bien con ella. Que digo bien, magníficamente. A él se le ocurrió la idea. Fue a su casa a buscarla y se lo propuso. "María, no puedes alimentarlo. Tengo una familia bien que lo tendrá entre algodones. Lo cuidará y le dará un futuro, estudios, todo..."

María paso dos semanas llorando todas las noches. Pero lo había decidido, al fin y al cabo, no iba a saber ella más que el Párroco del barrio.

En su trabajo, como camarera del Café Gijón, nadie se enteró. Era una chica de complexión fuerte, y el embarazo pasó desapercibido.

Dió a luz (que expresión más preciosa esta) en la clínica que le indicó el Parroco. No quiso ver al niño, no quiso mirarlo. Si pudo ver que era un varón.

La familia que lo acogió se portó muy bien con ella. Pagó los gastos del hospital y le regaló veinticinco mil pesetas, que suplieron los días que no trabajó, y pudo pagar lo que debía en la tienda de comestibles. La familia fue muy muy buena.

Ella volvió al trabajo. Pasó el tiempo. Cuando veía a un niño pequeño acudir al café, con una de esas familias acomodadas tan educadas, le gustaba fantasear y pensar que podía ser su hijo.

Esta solo es otra historia miserable de tantas. Espero que si algún día tenéis la fortuna de visitar el Café Gijón, podáis observar también el otro Café, el Café de María...


Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.


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