Calverton, Nottingam y otras historias. Reflexiones de madrugada...

Recuerdo muchas cosas de ese viaje. Solo era un adolescente y salir de España fue una gran experiencia.

El primer recuerdo que me viene a la mente fue descubrir aquel bello mar. Verde y sin agua, pero un bello mar. Tan mar como cualquier otro mar.

Me recuerdo sentando en el banco de la parada de autobús, de un pequeño pueblo llamado Calverton. Esperaba el bus hacía Nottingam. Desde ese banco, frente a mí, estaba ese precioso mar verde y sin agua. Desconozco, aún hoy, el cultivo del que se trataba. Era parecido al trigo cuando está todavía verde y sin espigar, pero mucho más espeso, más denso.

El viento lo movía de un lado a otro, como si de pequeñas olas se tratara. Lo contemplaba maravillado. Me hacía pensar en mi padre, más de campo que un terrón. Pensaba que le encantaría contemplar ese espectáculo...

La temperatura era perfecta. Ese ambiente fresco con el que me siento a gusto en camiseta. Y esos magníficos nublados que aportan la melancolía en la que soy más yo.

Luego estaban esos magníficos carruajes fúnebres, del siglo XVIII creo, de un color rojo intenso. Quien lo iba a imaginar, el rojo, un color tan vivo, utilizado para realizar el último viaje, ya muerto. Tiene su punto...

Y hablando de la muerte. Si hay algo que me fascinó fueron los cementerios de la zona. Tan verdes, con esas esculturas tan bonitas...Había una que aún recuerdo. Representaba a un bello ángel que abrazaba una lápida.

Ya en esa época los cementerios y la muerte me llamaban mucho la atención, me hacían sentir vivo. Puede parecer un contra sentido pero no creo que lo sea. En la muerte busco lo trascendente, lo espiritual, lo religioso. Desde muy pequeño lo he hecho así.

Y volviendo a España y a la muerte, y a mi fascinación por ella. Después de darle muchas vueltas, ya peinando canas, he encontrado el origen de estos gustos tan góticos. Se los debo a mi tío abuelo Sinforoso.

Sinforoso, singular nombre (ya sabéis lo de las aliteraciones). Era todo un señor. Tenía una gran planta. Militar, sirvió muchos años en el Sáhara. Tenía una enorme biblioteca de libros de parapsicología, mancias, leyendas...Algo así como un Iker Jiménez de la época.

Recuerdo una colección de revistas llamadas Mundo de lo Desconocido. Editadas en formato libro, tamaño cuartilla. Las leí una y mil veces. Me maravillé con las líneas de Nazca, las calaveras de cristal, los secretos de las pirámides, los chamanes...Y joder, con ocho y nueve años, esas lecturas calan en el alma...

... acabo el cigarrillo y de vuelta a la cama. Felices madrugadas...

Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.


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