A los muertos no le gustan las flores.

No entendía porque no le gustaba a la gente. Él era feliz allí. Paseaba por sus calles y respiraba paz. Se sentía bien recibido. Algunas lápidas tenían flores frescas, otras flores secas, y algunas otras nada. Nada de nada. Incluso había lápidas que carecían de nombre, solo tenían un número pintado a rotulador.

No creía que a los muertos les gustaran las flores, al fin y al cabo las flores eran de este mundo, y ellos ya no pertenecían a este mundo. Pensaba que quizás las ponían los familiares para lavar sus conciencias, o para quedar bien ante el vecino.

Allí se encontraba tranquilo, mejor que en el colegio. Allí nadie le insultaba, nadie se reía de él. Definitivamente, los muertos le trataban mejor que los vivos. ¿Miedo? Nunca tenía miedo, ¿Por qué habría de tenerlo? Sabía que los muertos le acogían de buen grado.

Paseaba, paseaba y pensaba que estar muerto no era nada malo. Estaban tumbados, con los ojos cerrados, incluso protegidos dentro de sus tumbas y de sus nichos.

La idea no tardó en llegarle. Quizás el segundo o tercer día que visitó el cementerio. Nada le retenía en este mundo, no tenía amigos, su casa, por llamarla de alguna forma, era peor que el mismísimo infierno. Su madre hacía lo que podía, entre los gritos y las palizas que le propinaba su padre.

Sabía que ese era el día. Una fina llovizna, que casi no llegaba al suelo, hacia que la tierra emanara un olor agradable, casi mágico. Entró en su panteón preferido, por una ventana rota. Estaba en la parte vieja del cementerio. Era su panteón preferido porque tenía una estatua de un galgo muy bonita. Paso la mano por la repisa de mármol. Puso una manta y su almohada. Una cosa es estar muerto y otra estar incómodo...

Se tumbó, sonriente, muy feliz. Abrió el bote de somníferos y se los tomó todos. Pensó en su madre, tendría que comprar otro bote. Una gran paz le invadió. Escribo unas líneas en un papel, se tumbó con el papel en la mano y se dejó llevar, feliz, tranquilo...

Tardaron en localizarlo seis meses. Lo hizo uno de los operarios del cementerio y por casualidad. Encontró al chico, o a lo que quedaba de él, plácidamente tumbado sobre una almohada de Spiderman. Tenía un papel en la mano. No se resistió a leerlo..."A los muertos no le gustan las flores"...

Fotografía: Gema Benito. Texto: Pepe Desastre. Todos los derechos reservados.


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