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Mostrando entradas de febrero, 2019

El hombre Orquesta

Me senté en mi antiguo y apolillado escritorio. Pasé la mano por encima del tablero. Su tacto, su sonido, me reconfortaba. No era especial, ni muy bello...en cierto modo era un poco yo, un poco mi reflejo. Saqué una cuartilla de papel del cajón, no sin esfuerzo, -el cajón atrancaba-, y la puse frente a mí. Enfrenté la pluma sobre ella. Caí en la cuenta, nunca había sabido muy bien cuál era el anverso o el reverso...poco importaba. Cerré los ojos y buceé por entre la blanca hoja. Recaí sobre un bello latifundio. El trigo despuntaba verde y fuerte. En el cielo, nubes espesas y oscuras amenazaban con dejar libre, en cualquier momento, su ambrosía. Miré a mi alrededor... ninguna historia me aguardaba. Buceé aún más profundo. Recalé en una vieja plaza. En el centro una sencilla fuente, revestida de azulejos azules. Al fondo, la puerta de la iglesia, cerrada a cal y canto. A la derecha, desperdigados aquí y allá, veladores de hierro y mármol blanco...todos vacíos. Un momento...a la izquierda

Chito

Paseaba yo por la Mezquita, una madrugada de desvelos y frío, en soledad, con la única compañía del soniquete sordo y acompasado de mis pasos. Al llegar a la ribera, junto al Puente Romano, vi un tumulto de ángeles, de estos seres del cielo, arremolinados, murmurando con sus cantarinas voces, nerviosos, como embriagados por una noticia sin par. Yo, sin mucho interés, me acerqué a ellos y les pregunté por la buena nueva que tanto revuelo les causaba. -A la paz de Dios-, les dije. -Amén- contestaron las criaturas celestiales al unísono, con cierto desdén, dejando claro que mi presencia les era tan molesta como inesperada. -Buenas noches, me preguntaba cual era la novitate que tanta felicidad os produce, si no es mucho preguntar- . Los serafines me miraron con una mezcla de asombro y misericordia. El que tenía las alas más blancas y el cabello más rubio, no sin antes mirar con sus azules ojos al cielo y emitir un angelical suspiro, me contestó: "¿No te has enterado, trozo de carne c

Gabriela

Gabriela llegó a mitad de curso. Era una chica tímida y guapa, sobre todo esto último. Era menuda. Sus ojos eran preciosos, no sabría decir el color, desde luego no eran ni verdes,ni azules, ni negros o marrones. Su pelo era una pasada, rizado y por debajo del hombro, y se le movía al andar, más claro que oscuro. Nos hicimos muy amigos, y como además de guapa era super inteligente, me ayudó durante el curso. El último día de clase me invitó a su casa, con una cara de esas de misterio que solo saben poner las mujeres. Yo, primero me ruboricé, y después, solo dos o tres segundos después, me aterré...¿A su casa?, ¿Qué querría?, ¿Quizás...le gustaba?... ojalá, pero seguro que no, se podría decir que yo era justo lo contrario a Gabriela; más bien feo -aunque mamá se empeñaba en decir lo contrario-, y digamos que no muy listo. A las cinco llegué puntual a su casa. Ellae recibió con una de esas sonrisas que...guau...subimos a su cuarto. Mi corazón estaba a mil por hora -no es que contará los