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Mostrando entradas de mayo, 2018

Grises como el Mar

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Grises como el mar, así  se tornaron mis ojos desde aquel extraño día. Fui marino mercante durante treinta y ocho años. Una vida que me proporcionó alegrías y tristezas a partes iguales y así  como  experiencias variopintas que me permitirían escribir un libro  de varios tomos, pero no, no es esa mi intención. Igual cargábamos grano en Argentina, que cobre en Sudáfrica o  telas en Indonesia.  Navegábamos de un puerto a otro, sin sospechar siquiera el siguiente destino. La vida abordo era dura. Frío,  calor, lluvia, miedo...y soledad. Pasaban los días y las únicas palabras que se pronunciaban a bordo eran las estrictas para desarrollar nuestra marinera labor, nada más. A veces pensaba que navegábamos en un buque fantasma, y que no éramos sino almas en pena  de antiguos bucaneros, purgando los más viles pecados que un hombre pueda cometer. Aún  así, la hermandad a bordo era palpable y si bien escasos, también había momentos de alegría. Aquella noche me encontraba inquieto, nervi

La Extraña Criatura

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Desde que ella murió, nada fue igual, nada. Penosa empresa es enterrar a la persona que quieres, a la persona de la que estas enamorado. A esa persona por la que darías tu propia vida y máxime, cuando esa persona vaga aún por el mundo de los vivos; respirando, riendo, amando... Tras tan maño desengaño, abandone todo. A veces pienso que incluso a mí mismo. Vendí mis escasas propiedades y marché, dejando atrás  una vida que otrora me había resultado deliciosa, pero que ya carecía del más mínimo interés o provecho. Compré una pequeña y destartalada hacienda cerca de la playa, en una agraciada isla del mediterráneo que por motivos íntimos, no nombraré. Allí me convertí en un autentico eremita, pasaban los días y los días y no me cruzaba con ninguna persona. Consumía las horas leyendo, pescando, cultivando un escueto y paupérrimo huerto y contemplando las estrellas. Algunos días y sin conocer el motivo, el recuerdo de ella, mi amada muerta en vida, recorría mis entrañas, producié

Los Cuervos migran en julio

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Paseaba por la calle Fuencarral, me encanta esa calle, la vida que desprende. La música navideña salia de los comercios y se entremezclaba con el bullicio. Me quedé prendada mirando unos zapatos rojos de tacón y fue cuando sentí el tirón  de mi vestido. La niña tendría unos cuatro años, cinco a lo sumo. La miré  forzando una sonrisa, no soporto a esas criaturas absurdas y dependientes. "Eres un cuervo" eso es exactamente lo que me dijo la niña repelente. Le saqué la lengua y le puse cara de asco y la niña, sonriente, se perdió entre la multitud, dando saltitos y moviendo su estupida trenza. En ese momento no me di cuenta de nada. Me di la vuelta y compre los preciosos zapatos rojos de tacón.  Pasaron los meses y llegó mi parte favorita del año, el verano. Siempre pasaba el mes e julio fuera de Madrid, en cualquier punto de costa. Decidí  ir a Málaga. Alquilé una pequeña casa cerca de la playa. Los primeros días fueron tranquilos; sol, playa, espetos y alguna salida noctu