A los muertos no le gustan las flores.
No entendía porque no le gustaba a la gente. Él era feliz allí. Paseaba por sus calles y respiraba paz. Se sentía bien recibido. Algunas lápidas tenían flores frescas, otras flores secas, y algunas otras nada. Nada de nada. Incluso había lápidas que carecían de nombre, solo tenían un número pintado a rotulador. No creía que a los muertos les gustaran las flores, al fin y al cabo las flores eran de este mundo, y ellos ya no pertenecían a este mundo. Pensaba que quizás las ponían los familiares para lavar sus conciencias, o para quedar bien ante el vecino. Allí se encontraba tranquilo, mejor que en el colegio. Allí nadie le insultaba, nadie se reía de él. Definitivamente, los muertos le trataban mejor que los vivos. ¿Miedo? Nunca tenía miedo, ¿Por qué habría de tenerlo? Sabía que los muertos le acogían de buen grado. Paseaba, paseaba y pensaba que estar muerto no era nada malo. Estaban tumbados, con los ojos cerrados, incluso protegidos dentro de sus tumbas y de sus nichos.